Scorebook
Gerardo Valdivieso Parada
No soy aficionado al beisbol y ni a ningún otro juego. Cuando me invitaron a presentar este libro, no supe a bien de que se trataba. Comprendí el título al terminar el relato final de esta obra. Neófito de este deporte, disfruté y me comunicó una emoción diferente del aficionado en un estadio: la emoción efectivamente poética del espacio sagrado, como tal vez lo fue para mis ancestros un antiguo juego de pelota.
Aunque yo no entiendo casi nada del beisbol, en mi entorno siempre se ha hablado del deporte ciencia. Mi padre fue aficionado y sintonizaba los partidos por la radio. Mi madre aficionada a los deportes, disfruta todavía los fines de semana frente a la televisión los partidos de futbol, boxeo y beisbol. Amigos y conocidos no se pierden las series. A través de las redes no se puede uno desatender del beisbol. Como la noticia de que, en México, una nueva generación de recién nacidos se está bautizando con el nombre de Otahni.
En el caso de mi pueblo, Juchitán, el beisbol siempre llamó la atención de los viejos, dividiéndose el pueblo entre diablos rojos y tigres capitalinos. Fue el tiempo en que la mayoría de los señores cambiaron los sombreros por gorras. Tenían los oficios más sencillos y algunos no sabían leer ni escribir, pero se sabían todas las frases en inglés. Muchos de ellos jugaron beisbol en su mocedad. Un viejo músico, último integrante de un legendario trío de guitarristas, se apoda Jimmy, como el espíritu de un beisbolista fenómeno de una película de Resortes. Orlack es el apodo que tuvo un tío mío, también tomando del nombre un beisbolista famoso.
Un día, fueron los viejos a enterrar a un aficionado como ellos. Es costumbre cuando la caja baja a la tumba, se encomienden saludos o mensajes al difunto para que lo comunique con los que se va encontrar en el más allá. Uno de ellos envió saludos para otro aficionado. Ya en el camino de regreso, rascándose la cabeza le confió a su acompañante
- Quién sabe si le dé el mensaje
- Por qué no habría de dárselo -le reviró el otro
- Es que él es tigre y el otro es diablo.
Existen chistes y anécdotas del beisbol regional del istmo. El último chiste que escuché sobre la pelota forrada fue del poeta Alfredo Escobar. Es un manager que le da una indicación secreta al bateador en turno, que consistió en tocarse las partes nobles de la entrepierna. El bateador le dio un buen golpe a la bola que fue a dar atrás de la barda. Cuando llegó al home el manager lo felicitó y después le dio un castigo por no seguir sus indicaciones. “Te pedí un toque de bola” le reclamó y el otro le reviró, “yo entendí que querías un imparable”.
Aun cuando uno apenas tenga nociones del beisbol, los versos de Scorebook de Miguel Barragán Bustamante, nos acercan a través de las sucesivas entradas hasta el extra ininings, a los ritos y ceremonias de este deporte. En sus versos se siente el sabor metálico del temor cuando el bat golpea la bola forrada. En una estrofa redonda nos describe su trayectoria:
La pelota se declara inocente,
grita tu nombre por el aire,
busca la gloria de tus ojos
o la paz de un guante.
La monótona y vacía imagen del campo de juego que vemos en las pantallas de televisión, cobra sentido en las palabras de Barragán que es el diamante. Con él como fondo, coronado por la luna, discurre la suerte, el sentido de la soledad, la lluvia que cuando quiere suspende el juego, los misterios del amor.
Como narrador que soy leí con especial atención el extra innings, que corona este libro con dos relatos cortos. El primero aborda la suerte o la fortuna, ¿fortuna en el dinero o fortuna en el amor? ¿por qué siempre se nos ha planteado como una disyuntiva? ¿no se puede tener suerte en ambos? Se pone uno a analizar al leer este cuento sobre el azar. El segundo aborda la fuga, la lluvia, que se desarrolla en las gradas. Bueno, todo el libro se desarrolla en las gradas, en donde el narrador nos demuestra su dominio del diálogo.
Scorebook, es una buena partida de beisbol para los neófitos en este juego de disparos de pelota, ya sea botando en un toque ligero en el campo, como un proyectil asesino, o como una hipérbole que llega exacto a descansar en el guante, de robar bases, de caídas y deslices. En fin, si para el ignorante de los secretos del beisbol que soy me fue gratificante, cuánto no disfrutarán los aficionados a este deporte, que en el libro se vuelve efectivamente poesía.
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