El arrebato dionisiaco de la flauta (I)
Gerardo Valdivieso Parada
El sonido dulce y delgado de la flauta de carrizo aguza el oído y produce un sobresalto al corazón. Cuando éramos niños salíamos a encontrarnos con el origen del ritmo pegajoso del pequeño instrumento insuflado, que saltaba sobre el redoblante golpeado con ímpetu por las baquetas. Solía ser una procesión, una dejada de baúl, algún grupo político que marchaba por las calles. Si se escuchaba por la noche, si no era una despedida de soltero, seguramente eran la pareja de los viejos que acudían a las casas en estos días últimos del año, que bailaban al ritmo de la flauta y el tambor, que desplazaron a los originales conjuntos de cuerdas, voces y maracas.
El sonido de la flauta saltarina, combinada con el alcohol contagiaba a la danza, al baile, a dejarse poseer por el ritmo y los gritos que seguían el compás de la música. Despojados de toda inhibición, escenificaban pasos y retorcimientos del cuerpo como si estuvieran poseídos por un espíritu o dios del vino o de la danza.
Ya Aristóteles advertía sobre los efectos del sonido de la flauta que, “lejos de sosegar el carácter, lo excita hasta el arrebato y porque su sonido perturban a la razón”. El filósofo griego sabía muy bien que la ejecución de la flauta estaba relacionado con los bacanales dedicados al dios Baco, en donde se celebraba la uva y se bebía en abundancia el vino fermentado en las orgías nocturnas en las montañas.
Mientras que a Dionisios o Baco se relacionaba con la flauta o los instrumentos de viento, su contraparte, el dios Apolo, estaba relacionado a la lira o a los instrumentos de cuerda, mientras el instrumento del dios de la luz acompaña al canto y a la poesía -que en su origen se cantaba- y le sirve de alfombra, la flauta opaca el canto, como lo describe genialmente Paul de Saint-Víctor en su libro “Las dos carátulas”:
“Dios poeta y músico, Baco lo era casi tanto como al mismo Apolo. Amigos a veces, rivales con más frecuencia, sus dos escuelas dividían al arte y al genio de Grecia. La gran lira dórica, pura y grave, pedestal armonioso de la palabra, interlocutora respetuosa del canto al cual tenía cuidado de no ahogar, aborrecía la flauta turbulenta, tan adecuada para hacer desbarrar el júbilo como el duelo, y cuyos sonidos agudos arrastraban cual viento tempestuoso la voz del cantor. El ritmo adquiría, con ella, acentos de delirio.”
Sin embargo la flauta en su origen esta relacionada con la sabiduría, porque según el mito, la media hermana de Baco –que nació de un muslo de Zeus-, Atenea –que nació de la cabeza del padre de los dioses- fue la que inventó la flauta, pero que al escuchar su sonido no le agradó, porque además afeaba su rostro pues le llenaba de aire los cachetes alterando su bello rostro. Al deshacerse la diosa del instrumento, el sátiro Marsias la recogió y fue tan gran flautista que se le atribuye también su invención.
En el mundo de los zapotecos, se dice que al igual que el resto de las culturas originarias de este continente que sufrieron el asalto a mano armada de los españoles, los músicos ejecutantes en las ceremonias a los antiguos dioses, acudieron a ofrecer su arte al nuevo Dios. Los frailes no se los permitieron porque ya existía la música sacra, por lo que no pudieron entrar a los templos y se quedaron en los atrios donde todavía ejecutan sus chirimías.
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