Los antiguos nombres
Gerardo Valdivieso Parada
El fin de mes pasado leí en los periódicos el asesinato del secretario general de Hezbolá en el Líbano, Hazán Nasralá. El apellido me recordó al del primer bibliotecario de Juchitán, Antonio Nazarala Pedro. De origen libanés, atendió la biblioteca que se ubicó bajo el portal de la industria, ahora conocido como Símbolo Patrios, que tuvo el nombre de Rosa Escudero. El caballero libanés lo recuerdan haciendo su recorrido diario de su casa de la calle Belisario Domínguez al centro en la primera motoneta que se recuerda en el pueblo.
“Echo de menos los antiguos nombres” dice Lucifer en la película Constantine protagonizado magistralmente por Peter Stormare. Los antiguos nombres generalmente molestan a los nuevos gobernantes y encargados de secretarías y recintos, quieren siempre renovarlo todo y que nada vincule al pasado sino a una nueva administración y encargo. El nombre antiguo de la primera biblioteca de la ciudad Rosa Escudero Ramírez, no es famoso, no escribió libros ni aportó alguna obra a la ciudad, fue una humilde maestra rural, una auxiliar de la escuela formal, que ayudaba a los niños en su formación al inculcarles las primeras letras a través del silabario conocido como “San Miguel”. Al inaugurarse la biblioteca de la Casa de la Cultura de Juchitán, los libros del acervo de la biblioteca ubicada en el portal de la industria se pasaron al nuevo espacio, por lo que se decidió que siguiera llevando el mismo nombre. Leo que en las publicaciones que el espacio renovado como biblioteca de la Casa de la Cultura, la han denominado Bacuzaguí (luciérnaga), un nombre muy atinado, una biblioteca es una luz en la oscuridad. Me explica su director, el artista plástico Michel Pineda, que así se llama una de las salas de la biblioteca, y que su nombre oficialmente sigue siendo Rosa Escudero.
Otra biblioteca que estuvo en los Símbolos Patrios pero en la segunda planta, se llamó originalmente “Víctor Pineda Henestrosa”, otro maestro de primaria, que también fue defensor de obreros y asesor de campesinos bajo las siglas de la COCEI. El nombre no gustó a los enemigos de la COCEI, los priistas. En la siguiente administración municipal, no sólo repudiaron el nombre sino procedieron a quemar los libros que tenía, muchos de ellos donados por el poeta Macario Matus. Por un tiempo, mientras se mantuvo en los altos del edificio, mi débil memoria recuerda que llevaba dos nombres la del desaparecido político y del poeta Gabriel López Chiñas. Cuando la biblioteca tuvo su propio espacio aparte sobre la avenida Hidalgo, quedó solamente como la del abogado y escritor juchiteco.
Por mucho tiempo me refugié en el Centro de Información del Instituto Tecnológico del Istmo, ahí leí por primera vez un libro de Marguerite Yourcenar sobre uno de mis escritores favoritos “Yukio Mishima o la visión del vacío”; la primera novela de Mary Renault “El cantante de salmos”; hojeé “Prestigio y afiliación en una comunidad urbana, Juchitán, Oax.” De Ania Peterson Royce. No sé a quién se le ocurrió ponerle centro de información en vez de biblioteca, pero hace poco me entere que lleva el nombre de Emiliano Hernández Camargo, el primer director del ITI.
Hubo otras bibliotecas en la ciudad que ya no existen, como la que tuvo en la extensión que tuvo la Casa de la Cultura en Cheguigo, que el descuido de los exdirectores que siguieron a Macario Matus hicieron que el tiempo echara a perder sus interesantes revistas infantiles de aventuras y sus libros que quedaron dispersados a la intemperie. Tal vez tuvo un antiguo un nombre, que no recuerdo o que nunca puse atención.
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