El sueño de la casa con piso de madera
Gerardo Valdivieso Parada
La casa estuvo sobre Degollado fue de una anciana que vendía cosas heladas de su refrigerador a los niños de la escuela vecina. Tenía una amplia sala con sillas acomodadas a los costados, el refrigerador estaba a lado de la puerta para que los niños no entraran y recibieran sus golosinas heladas en la banqueta. La vieja casa con techo de tejas de dos aguas albergaba una cocina y sótano oscuros. Toda la casa estaba en tinieblas aun cuando las puertas y las ventanas estaban abiertas, la luz del sol se quedaba estacionado en el umbral de la puerta o en las cortinas de las ventanas. La cocina era un pasillo que daba a la entrada del portón, el resto de la casa eran un amplio dormitorio cuya puerta y ventana daba al jardín.
La casa también estuvo en una esquina que hacen las calles principales y de entrada al barrio, tenía un gran patio en la que daba sombra un enorme árbol que tiraba diminutas cerezas rojas y amarillas. Era una casa de una sola agua, con un amplio pasillo para colgar hamacas, al fondo había una sala con sofás y dividida por un pared de madera un dormitorio. A lado del pasillo para colgar hamacas, estaba la oscura cocina, con un comedor, alacenas pegados a las paredes y más oscuro aun dando la vuelta al fondo estaba el sótano con un horno abandonado.
La casa estuvo en la calle de Santacilia por Tlalpan, en el centro de Juchitán en el callejón de las palomas a una casa del parque, también en una calle de la Segunda Sección. Las dueñas de esas casas tienen los nombres de Higinia, Luz, Lou, Quela. Las calles estaban llenas de sol, pero la casa está poco iluminado para el descanso de los ojos, aunque las puertas están abiertas en los costados pero los rayos del sol sólo iluminan el umbral de la entrada. El piso es de madera oscura bien pulida, las tiras de madera estaban bien ensambladas y no crujen por el peso de los visitantes. La sala era amplia y tenía varias mesas ubicadas separadas que se hacían una para reuniones grandes, a los costados hay anaqueles, al fondo hacia el poniente está la cocina que era un pasillo, compartía la salida con la sala a un patio iluminado que da a habitaciones modernas que albergan dormitorios. Bajando unos escalones hay un sótano que alberga una pequeña biblioteca y una pequeña sala con una televisión antigua con patas.
La casa es el resumen de las viejas bibliotecas de la ciudad de México, brumosas bibliotecas con muebles de madera y rectangulares lámparas para leer como la biblioteca del Congreso en el Convento de Santa Clara. Aunque no dormimos ahí y casi no estamos la rento junto con mi compadre Luis, ambos tenemos las llaves y casi nunca coincidimos en ella. La casa en realidad es de un tío rico suyo que no se preocupa por cobrarnos la renta. Pero sin saberlo nosotros, lo renta a otros que tampoco viven en la casa, aunque los dormitorios están siempre limpios para utilizarse. A la hora de la comida me he encontrado a un joven poeta que también la renta, sale a la sala a ver quién llega y se siente extrañado de verme ahí, piensa que soy el inquilino que ha dejado la casa y viene a recoger sus cosas. Me saluda y regresa a la cocina con sus amigas trans que preparan ruidosamente la comida. En las escaleras, en los pasillos, están sus jóvenes invitados, en parejas platicando.
En el sótano encuentro a una pareja platicando en el pequeño sofá frente al televisor prendido, reviso la biblioteca ubicando algunos de mis libros que he traído a la casa para leer, tomo uno y me la llevo. En la sala platican el joven poeta con sus amigas en una de las mesas de madera, en la otra está la vieja mochila de piel hecha por la etnia Guna de Panamá que me regaló mi tía Juana, cargo con ella y me dirijo a la salida planeando hablar con el tío de Luis para que nos rente la casa solamente a los dos.
La casa es atemporal, donde he vivido siempre y se pernoctaré. La casa es real, está ahora en alguna parte, aunque esté siempre en mis sueños. Es siempre la misma, añosa, en tinieblas, con una gran sala con piso de madera, un sótano oscuro, sus ventanas y puertas abiertas a las calles luminosas que no pasan del umbral. El encuentro con los intrusos en el refugio que es la casa, con el nuevo o los nuevos inquilinos que la habitan ¿es la oportunidad de apartarla para mí con el dueño y disfrutarla para siempre? ¿o es acaso mi cambio a otra parte, mi salida de este mundo?
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