José David el embajador de Calles y Sueños en el Istmo (I)
Gerardo Valdivieso Parada
A principios de este siglo se notó la presencia de José David en Juchitán, por las exposiciones que coordinó de pintoras de los Estados Unidos, al principio en la Casa de la Cultura. Después permanecía en el pueblo en los meses de invierno para regresar en la época de calor a Chicago. Se le veía caminar las calles, visitar las iglesias, con ese leve encorvamiento, su pelo ensortijado y su espeso bigote. En su estancia en Juchitán realizó varios eventos, en una época de crisis cultural luego del apagamiento de la efervescencia cultural de los ochenta. José David no sólo trajo artes plásticas y pintores de los Estados Unidos, trajo consigo la cultura unida de los países latinoamericanos radicados en Chicago, en libros, poesía y música. Cuando nombro cultura me refiero a la generalidad de la cultura, agrego el pensamiento político, la historia de los pueblos de latinoamerica. Es memorable la misa que encargó a la memoria de Víctor Jara, acompañado de la costumbre zapoteca, de la procesión, las velas, los jarrones de flores, el traje de luto, el incienso, el pan y el café. Si durante la época de la COCEI la música chilena pasó como trasfondo de la lucha popular, con José David se hizo una revisión más profunda, sobre todo con los jóvenes. De este último sector habría que resaltar la cooperación de trabajo y complicidad que tuvo con el colectivo juvenil Culturarte. José David venía del hermanamiento de artistas y refugiados de toda latinoamerica de Chicago llamado Casa de la Cultura Calles y Sueños. A través de ese grupo de latinoamericanos resistentes en su cultura, logró que dos juchitecos tuvieran una residencia en Chicago, para llevar poesía y la experiencia de la lucha estudiantil a los latinos radicados en aquella ciudad industrial. También ha valorado y apoyado a los artistas locales, principalmente en los que pocos se han fijado y ha montado exposiciones de éstos, siendo él su propio curados y museógrafo.
De Juchitán un día se fue a radicar a otro pueblo del istmo, Tehuantepec o Ixtepec, aunque radicó en ambos, luego del terremoto se fue a Jalapa del Marqués, en todos llevó consigo, sus libros, su poesía, su vasta colección de música latinoamericana, su experiencia comunitaria que le fue forjada en su juventud en los 70, en la época en que se protestaba y se denunciaba la guerra y las matanzas en los distintos pueblos latinoamericanos que tuvieron que sufrir la injerencia del poder imperial de los Estados Unidos. En una época remota, no tanto en el tiempo, sino en el olvido y la persistencia de la solidaridad con los pueblos oprimidos y la conciencia de hacer un mundo mejor. Coincidió en el tiempo de su llegada a Juchitán, que un grupo de jóvenes organizara una marcha en protesta por la invasión a Irak y que recorrió las calles de la ciudad con un conjunto de flauta y tambor al frente, en una época en que las noticias nos llegaban por televisión y no detalladamente en las redes sociales, tan dolorosas y sangrientas, como la masacre que sufre el pueblo Palestino. Ante un pueblo masacrado por bombas y sepultados de escombros, en Juchitán no surgió ni una sola marcha organizada por la actual generación de jóvenes, tan talentosos todos, sino apenas hace unos días una manifestación convocada por veteranos juchitecos integrantes del Partido Obrero Socialista.
Durante las tres décadas que ha estado en el istmo ha visto estos cambios con tristeza: la pérdida de la solidaridad y el trabajo colectivo, y un individualismo que ha llevado a la casi inactividad cultural independiente.
La entrevista que se transcribe a continuación se realizó en la Biblioteca Popular Víctor Yodo, luego de que José David montará la más reciente exposición de trabajos de artistas de los Estados Unidos sobre la frontera norte en donde actualmente reside.
Gerardo Valdivieso.- ¿Te acuerdas de que año supiste algo de Juchitán, supiste de Juchitán?
José David.- ¿Cómo me conecté con Juchitán? Te voy a dar los datos. Estábamos en Chicago, te estoy hablando del año de mil novecientos setenta y pico, por ahí, no recuerdo exactamente la fecha. Había una demostración en contra de la represión que se había desatado en Juchitán, en contra de los luchadores sociales de la COCEI. Se organizó una manifestación porque yo andaba en los grupos que denunciábamos la persecución de los luchadores sociales, no solamente aquí en México sino en toda América Latina. En este caso particular había un grupo de mexicanos que estaban al tanto de lo que estaba ocurriendo en Juchitán. Fue cuando desaparecieron a Víctor Yodo. La demostración se dio frente al Consulado Mexicano en la ciudad de Chicago, ahí yo conocí a la hija de Rafael Doniz.
G. V.- (hace señas de hacer un clic con una cámara imaginaria)
José David.- Sí, el fotógrafo. Ya había salido su libro de la crónica visual de la lucha social en Juchitán, que tiene un prólogo de Monsiváis. Con ella nos hicimos cuates ahí mismo. Porque era otra época en la que todos nos apoyábamos, éramos bien solidarios y todo ese tipo de cosas que ya desparecieron. Después de la manifestación me invitó a su casa para platicar. Entonces ella me dio ese libro que todavía tengo. Que posiblemente se lo done a la biblioteca. Pero ya le dije a él (el encargado de la Víctor Yodo) que no se lo preste a nadie porque luego ya no lo regresan (risas). Pero además me dio un libro de poesía de Víctor de la Cruz, es de esas olas o no sé qué, donde viene “tu laanu, tu lanu”.
G.V.- Creo que es “En torno de las islas del Mar Océano”
José David.- Algo así. Entonces me dio ese libro, inclusive me lo dedicó y me escribió algo ahí, ese todavía lo tengo, ya tiene treinta y pico de años o más.
Cuando llego a la casa empieza a ver el libro de las fotografías. Una de las cosas que me llamó la atención -ya había visto fotografía de las luchas sociales en Chile, en Argentina, en Brasil- pero éstas me llamaron la atención porque veía que las manifestaciones masivas que se daban acá, las que estaban al frente eran mujeres, y eso llamó mi atención y curiosidad. Dije yo: me gustaría conocer ese pueblo. Yo no sabía nada. Por primera vez vi escrito el zapoteco en el libro de Víctor de la Cruz que me dio la hija de Doniz que estaba en zapoteco y español. Otra de las cosas que me llamó la atención mucho fue cuando leí ese poema “¿quiénes somos? ¿cuál es nuestro nombre?” Me llamó mucho la atención -porque recuerda que yo vengo de todo ese corriente latinoamericanista, anticolonialista y todo eso- y me di cuenta que en este poema encontraba yo esa venta de los pueblos originarios de todo el continente, que es acerca del colonialismos, de la invasión, porque dice ¿quiénes somos? ¿cuál es nuestro nombre? Que vienen de afuera y te cambian y todo eso. Yo ya empezaba a venir a México, en viajes cortos en la Ciudad de México. Conocí en Chicago a un amigo mexicano que una vez me invitó, me dijo que iba a venir a México “me gustaría ir contigo, es que tengo que ir a La Ventosa” me dice, y le digo “¿dónde madres es eso?” (risas) “ah, cerca de Juchitán” me dice, le comenté que estaba interesado en conocer Juchitán y ya le expliqué. Nos quedamos en la ciudad de México una semana, y luego nos venimos a Juchitán, porque su madre era de La Ventosa, él se había creado en Veracruz y necesitaba un documento y venía a buscarlo.
G. V.- ¿Te acuerdas qué año?
José David.- Ha de haber sido 92, 93, por ahí. Cuando llegamos acá todavía no existía la estación de autobuses, porque recuerdo haberme bajado…
G.V.- Era un patio
José David.- Sí, era un patio. No recuerdo bien si caminamos o tomamos un taxi para llegar al centro. Nos hospedamos en una posada que queda frente al parque. Me dice “me tengo que ir a La Ventosa, tú te quedas en lo que arreglo la cosa burocrática”. Como estaba frente al parque, llegué al parque. Una de las cosas que me llamó la atención fue que la gente, incluyendo a los jóvenes, hablaba zapoteco, fue que oí el zapoteco por primera vez. Me di mis vueltas en el parque, había muchos jóvenes, me fui a tomar unos raspados muy ricos con una señora que ya desapareció, porque te estoy hablando de otro Juchitán cuando llegué. Me gustó, me agradó hasta los ruidos de los zanates. Al día siguiente voy a desayunar y empiezo a caminar. A mí siempre me gusta visitar las iglesias, lo primero que hice fue visitar el templo de San Vicente. Vi al lado la Casa de la Cultura, que no sabía qué era, entré. Tenían un lagarto en un estanque. Entré a lo que llamaban la sala de Arte Moderno. Cuál fue mi sorpresa cuando empiezo a ver grabados de artistas europeos, inclusive uno de Leonora Carrington, de Orozco, hasta de Durero. Espérate momentito, qué madres hace esto en este pueblo polvoso, para esto en ese año hubo una inundación, porque el lodo se secó y había una gran polvareda. Yo no esperaba eso, tú sabes, por mis prejuicios, no voy a negarlo. Doy mi recorrido a la exposición y cuando llegó al final me entero que es la colección gráfica de Toledo. Yo ya sabía de Toledo, porque ya había hecho una pequeña investigación, por los libros que me habían regalado. Así fue como me conecté por primera vez con Juchitán.
De regreso a Chicago, que era donde vivía en esa época, aunque he vivido en otros lugares, pero siempre Chicago fue mi base. En Chicago hay un café que se llama John Pinbim, era un café que empezaba notarse en la comunidad mexicana de Pilsen. En 1994 había una exposición en el John Pinbim, durante el levantamiento de los zapatistas, era de un fotógrafo que tú lo conoces porque también vivió acá en Juchitán: Heriberto Rodríguez. Él trabajaba para la agencia de noticias Reuters en esa época, que lo mandó a Chiapas cuando el levantamiento zapatista, de él eran todas estas fotos. La primera foto supuestamente de Marcos donde está atrás la bandera, o una en donde está montado a acaballo, estaban expuestas en este café. Cuando pregunté cómo habían llegado a dar al café las fotos, el dueño me explicó que el fotógrafo era amigo y que había sido invitado por el Museo de Bellas Artes Mexicana -ahora tiene otro nombre porque es de chicanos- a dar un taller de fotografía “por eso está acá y trajo las fotos y las expusimos”. Le dije al dueño mi intención de conocerlo, me informó que él venía todas las mañanas llegaba a tomar café. Me lo presentó al otro día y nos hicimos cuates. Le expliqué que me gustaba mucho su fotografía – para esto el levantamiento zapatista había provocado toda una efervescencia en la comunidad mexicana, porque era reciente, inició en enero del 94 y él estuvo en noviembre- y que me gustaría que viajara a otros espacios, como universidades, centros comunitarios que tienen una sala de exposición. Me respondió que podía dejarme las fotografías y que me encargara porque ya se tenía que regresar. Me reúno con Eleazar, el dueño del café, que se volvió icónico ahora, me dio las fotografías, de ahí ya me encargué de presentarlo en la ciudad de Ilinois, en Colombia College que es una universidad de comunicaciones: fotografía, video, y en algunos barrios, como de la comunidad puertorriqueña por ejemplo que tenían espacios bastante grandes, y yo trabajaba con ellos. Era otra cosa. Éramos más solidarios, había acercamiento, porque allá nos dividen, y nos echan los unos contra los otros, pero nosotros luchábamos contra esa posición, nos acercábamos. Había eventos en donde se promovía la cultura, el arte, la historia de mexicanos y puertorriqueños y más.
En el primer aniversario del levantamiento zapatista hicimos un evento en el taller Roberto Valadéz, un pintor muy reconocido en Chicago y en la comunidad chicano-mexicana, hijo de migrantes mexicanos. Como había mucho interés, se acercaron muchos artistas, músicos, yo hice un performance con un grupo de Punk que se llama Los Crudos, hice una lectura actuada de un poema de Cesar Vallejo. Lo que se recolectó en donativos se acordó que se iba a donar a la organización El Arte de los Niños Indígenas de México, que lideraba Ofelia Medina y tenía su mano también Toledo. La oficina de la organización quedaba en Coyoacán, ahí fui con Ofelia Medina y le entregué el donativo que fueron como dos mil dólares, que en aquella época no era mucho pero era bastante. Se lo donamos y nos dio un carta en una de las obras de los niños, que está guardada en el museo de la memoria de Calles y Sueños Chicago, en ella dio el agradecimiento, muy linda su carta. Estando en México le llamo a Heriberto para vernos y explicarle lo de la exposición. Me dio los datos de la ubicación de su oficina en Reuters y me invitó a visitarlo. Luego de almorzar y hablar, me invitó a que conociera a su familia: “voy a invitar a unos amigos, puedes venir a cenar”. Cuando llegué a su casa, estaba él, sus dos hijos, su esposa y había invitado a Irma (Pineda Santiago) y Camilo (Vicente Ovalle). Después de cenar y tomar vino, ya en confianza Heriberto le pidió a Irma que leyera un poema, ahí fue donde escuché el zapoteco por segunda vez, porque la primera vez lo escuché en Juchitán pero ya como poesía. “Parece japonés” decía. Les planteé el proyecto que tenía en Chicago y los invité para organizar un intercambio cultural entre México y Estados Unidos. Irma fue a leer su poesía fue la primera vez que se escuchó el zapoteco en Chicago y fue una sensación; y Camilo luego de la presentación de una película lo ligó a la problemática juvenil de las grandes ciudades, y estuvo muy bien. Estuvieron allá en el 97, y así fue como empiezo a conectarme de una forma directa con Juchitán.
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