Crónica de una fiesta sin basura
Gerardo Valdivieso Parada
Acudí el sábado a una fiesta de cumpleaños. Sabiendo que en esa convivencia no iban a vender cartones de cerveza en la entrada, cargué con un grabado de un artista juchiteco para obsequiar a la festejada, acostumbrado a no rechazar ninguna invitación a una fiesta. Cuando bajé las escaleras al espacio en donde se hacía el evento, me encontré con que era un bufet. Al entregarle su regalo la anfitriona me invitó cordialmente a que me sirviera lo que quisiera. Por un lado se servían distintas botanas, en otra parte la comida y en un costado había tres vitroleros con aguas frescas de horchata, Jamaica y una combinación ácida de dos tipos de aguas. Me sirvieron horchata y me fui a sentar. Ya había comido. En mi casa me sirven la comida a las dos de la tarde, cuando digo que voy a una fiesta me reviran “¿cómo sabes si te van a dar de comer allá?”. Amenizaba la fiesta los amigos de Son Gubidxa. Al escuchar el tresillo de Tacho o más bien su tachillo, me entraron las ganas de una Cuba Libre, me tuve que contentar con otro sorbo a mi horchata. En un descanso de los músicos me acerqué a saludarlos. Le dije de broma a su director que si no acostumbraban hacer como algunas bandas de aliento de nuestro pueblo, que mandan a comprar familiares para consumo interno. Platicamos y bromeamos un rato de temas sumamente interesantes, de músicos e instrumentos musicales, de personajes de la cultura y hasta de política. Los integrantes de Son Gubidxa son músicos completos y de un bagaje cultural envidiable. Cuando los músicos iban a acudir a servirse sus alimentos me despedí, para luego decir adiós a los comensales de mi mesa y me retiré. No pude evitar pensar que al ofrecer aguas frescas en vitroleros, que servían abundantemente los meseros en jarras a las mesas, me tomé tanta agua en el mismo vaso que me extrañó que no me saliera de las orejas, que no hubo un sólo bote de agua de azúcar como basura, tampoco un sólo plato desechable. Sobre los recipientes que se sirven la botana y los alimentos en las fiestas en Juchitán, no puedo evitar que me dé cierta pena, que aparezcan en las fotos promocionales los platos de polietileno de nuestras fiestas. Porque sólo nosotros sabemos en qué acaba tanto recipiente, en el suelo, terminada la fiesta o en nuestros basureros en casa, que se llevan casi diariamente el señor de la basura para depositar quién sabe dónde. Eso a la mayoría no nos interesa, lo que nos importa es que se lleven nuestros desperdicios. Nuestra industria de la basura festiva, nuestra “orgía de plástico” (como dije alguna vez sobre las regadas y que un colega se río de mi por esa descripción relacionándolo con lo sexual, cuando orgía significa llanamente “exceso de”) es alarmante. De niño ya no alcancé la torta compuesta y aguas frescas en vez de cerveza en las velas. En fiestas familiares, alcancé a ver de niño a falta de platos, un solo recipiente hondo de frito o caldo se la pasaban los señores de mano en mano hasta que se acabara. De ahí la anécdota del músico que al servírsele un plato ardiente de caldo se lo tomó sin medir lo caliente y se quemó la lengua, y al pasarlo a su compañero a este le sucedió lo mismo, al reclamarle por qué no le había advertido que se podía quemar, le reviró “puede que na zia’ guidxui’ rua’” (no es justo que nada más a mi se me quemara la lengua). Alcancé a comer botana en platos de cartón, cuando servían el puré me comía hasta pliegos del recipiente, el tamarindo azucarado se servía directamente en el plato y no en esos pocitos de plástico. Ahora las botanas y la comida se sirven en recipientes con tapa (los pobres perros sufren las de Caín para comer los desperdicios), y cuando no vienen sellados los meten en una bolsa de plástico. No entiendo por qué de la nueva modalidad de meter los cacahuates en bolsitas. Algunas señoras tienen la previsión de llevar una bolsa grande en donde meten varios platos sellados: el de la comida, la botana, la segunda botana, el refresco. Al término de la fiesta se recogen decenas de bolsas negras de plástico y hay un desperdicio de comida tremenda. Habría que acudir al ingenio juchiteco para eludir tanto desperdicio de basura, el bufet me pareció buena alternativa que se confrontará con nuestra confort a que todo se nos sirva
No hay placer más grande cuando tocan el primer son y te sirven la primera cerveza en una fiesta istmeña, pero este paraíso también tiene su infierno de basura.
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