De José Antonio de Chabuca a ta Mundu de Cheguigo
Gerardo Valdivieso Parada
La primera vez que monté un caballo fue a los 35 años. Estaba tan nervioso que casi me desbarranco con el animal, tuvieron que bajarme tan vergonzosamente que mi nariz casi tocó el suelo mientras una de mis pies pendía de la silla de montar. Había atravesado la presa de Mal paso en lancha y tocaba ascender hacia “Esperanza El Paraíso” la entrada de la selva de los Chimalapas por el lado de los límites de Veracruz y Chiapas. Tuve que ascender caminando, para servirme de guía me asignaron a dos niños, que sí sabían montar a caballo, pero sus monturas estaban ocupadas por bultos de mercancía, que amarraban y desamarraban para esperarme, pues de las tres horas que se hacía caminando me hice cinco.
Además de aquella experiencia, mi relación con los caballos no pasaba de verlos trotar o pasar entre ellos en los convites de flores. No tuve un pasado campesino, mis dos abuelos no fueron trabajadores del campo, uno fue albañil y el otro un inigualable hacedor de guaraches. Lo más cerca que tuve de un ranchero fue a mi vecino y pariente ta Mundu, quién recorría el callejón de mi casa a caballo. El paso de su caballo a trote es uno de los recuerdos más fijos de mi infancia, porque pasaba invariablemente dos veces al día ya que su casa quedaba a una cuadra de la mía. En una ocasión me quedé dormido teniendo como cama la fina arena del callejón y alto techo los brazos de un pochote bajo cuyas raíces sucumbí, ahí casi en medio del camino, me encontró el campesino que se tuvo que apear del caballo para cargarme hasta los brazos de mi madre.
El paso del caballo ta Mundu sobre las arenas, la imagen de la grupa del caballo y su jinete alejándose en medio del callejón en la que rebosaban las ramas de grandes árboles, siempre me recordó una canción de la compositora y cantante peruana Chabuca Granda. “José Antonio” es un vals peruano que describe al típico jinete de Sudamérica que domina maestralmente el caballo. La entrada de la canción ligaba con el callejón de la infancia y el paso del caballo y su jinete: “Por una vereda viene cabalgando José Antonio” comienza, más adelante sigue con su descripción que cuando lo escuché las primeras veces no entendía: “en un Berebere criollo va a lo largo del camino, con Jipijapa, pañuelo y poncho blanco de lino”. El berebere es el caballo que proviene del norte de África, es también el nombre del grupo étnico que puebla Túnez, Libia, Mauritania, Mali y fueron los jinetes y guerreros nómadas que conquistaron casi todo lo que hoy es España. La característica del caballo berebere criollo o caballo peruano de paso, traído de España, es su fino andar que no galopa violentamente sino por un movimiento lateral de sus patas suave y elegante. El Jipijapa es un sombrero famosamente conocido en el mundo como Panamá, originaria de la costa de Ecuador está tejida tan finamente que le da una elasticidad que otros sombreros no tienen. El poncho es el abrigo típico de Sudamérica.
Después de alabar la fineza del caballo que identifica al Perú y la delicadeza y maestría del jinete, la autora de “La flor de la canela” culmina la letra de su composición con un llamamiento al montador: “¡José Antonio, José Antonio!, ¿por qué me dejaste aquí? Cuando te vuelva a encontrar que se junio y garue. Me acurrucaré en tu espalda, bajo tu poncho de lino y en las cintas del sombrero quiero ver los amancayes, que recoja para ti cuando a la grupa me lleves, de ese tu sueño logrado de tu caballo de paso, ¡aquél del paso peruano!”. La frase “junio y garue” refiere al mes del año y el garue es el sinónimo de chispear, esa llovizna que nos ha llegado en estos días, “las amancayes del sombrero” se refiere a una flor que está envuelta en la leyenda del amor incondicional, de una joven humilde que salvó con ese lirio amarillo a un joven noble del que estaba enamorado.
Chabuca se quejó siempre de que las cantantes vernáculas del Perú interpretarán la canción como una melodía de amor, sobre todo en la estrofa final, que la cantaban dramáticamente como un reclamo a la pareja amada que las había dejado. Aclaraba que la canción estaba compuesta a su abuelo, y que la imagen del acoplarse al jinete sobre el caballo, era una imagen de la niñez. “José Antonio” me recordaba al jinete que atravesaba por la vereda de la infancia, pero también la ausencia de un abuelo que tuviera un caballo que enseñara a montarlo en el camino al campo, un recuerdo gozoso que muchos no tenemos de este paso de pueblo campesino a ciudad, algunos todavía tienen la fortuna de recordar en su infancia la imagen del padre o el abuelo y el caballo.
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