Sonsa y Firulais
Alfredo Cardona Peña
Así se llamaban los perros de In Bronco: Sonsa y Firulais. Sonsa era una perrilla inquieta y querenciosa, pero brava con los extraños. Según In veía cosas porque estando echada con la cabeza entre las patas de repente pegaba tamaño brinco y comenzaba a ladrar enfurecida. Pero el alboroto se le pasaba pronto y volvía a hacerse un ovillo, aunque roncando y pelando ojo como si alguien anduviera por ahí.
Por eso una familia que hablaba con los espíritus le pidió prestada a Sonsa, diciendo que era medio (o algo así), pero In los mandó al carajo.
Firulais pasó de perro callejero a seguir a su amo como si fuera su mismita sombra; larguirucho y cazador, no más husmeaba algo entre los zacatales y se lanzaba contra lo que fuera en medio de las carcajadotas de In Bronco, que se las sabía de todas en el monte.
Los tres se querían y ayudaban. In representaba la conciencia del grupo, y los animales eran sus guaruras.
“Es muy duro trabajar en los matorrales bajo un sol, que levanta ronchas. Las espinas, la sed y el calor lo joden a uno, aparte de que hay sus peligros. El otro día me quiso atacar un desgraciado tigrillo, pero mis perros lo corretearon”. Así decía In a los paisanos que llegaban de la capital a pasar sus vacaciones en el Istmo.
El primero en morir fue Firulais. Lo mató un coralillo de apenas un jeme de largo que se movía como una lombriz.
Cuando un mes después murió Sonsa (tal vez de vieja), In Bronco le dijo a la tía Benita: “Ahora sí me llevó la desgracia”.
Y así fue.
El día que vio a la perra tirada como un trapo y con la panza tiesa dio una patada en el piso de tierra, escupió recio, se tiró en la hamaca y comenzó la tomadera de mezcal. Al rato ya estaba bien dormido y sus ronquidos eran tan fuertes que caía comején del techo. Eso quería decir que la tomadera iba a durar una semana.
Bueno pues con los días mi compadre Chico viendo que In no quería ir al monte lo contrató para que cuidara su tienda por las noches, y para que no se rajara le regaló una pistola alemana, chulísima. In Bronco, que jamás en su vida había tenido una pistola, sintió la felicidad de un chiquillo pobre que le regalan un tren eléctrico, de esos que dicen que existen.
Llegó a su casa y lo primero que hizo fue llamar a sus sobrinos para presumir con el arma y jugar con ellos a matar zopilotes. Apuntó a una rama del pochote que había en el patio, disparó… ¡y plop! -cayó el primer zopilote. La gritería de los chavitos fue ensordecedora. Estaban fascinados y uno de ellos avanzó hacia In con la mano tendida, pidiéndole la que asusta. In se la dio diciéndole que la levantara en dirección al árbol en donde sesteaban los comecaca. In retrocedió unos pasos, frente al niño, dándole instrucciones
“Levanta la mano y apunta” -le gritó.
El chamaquito apenas si pudo levantar la mano, porque, claro, le pesaba mucho, y cerrando los ojos arrugando la cara apretó el gatillo…
Se escuchó un cañonazo de los once mil diablos y luego un alarido. Los zopilotes huyeron espantados -flap, flap, flap- como pañuelos negros, la casa se sacudió y todavía no pasaba el estruendo del disparo cuando vieron que In Bronco se revolcaba en un lodazal gimiendo y con el vientre destrozado, del que salía un río de sangre. Cuando trataron de levantarlo estaba delirando, porque oyeron que decía:
“Sonsa! ¿dónde estabas? Llama a Firulais”… y se desmayó.
Era muy querido y la noticia salió corriendo por el pueblo como una loca dando gritos, y llegaron mi suegra Margarita y mi suegro Martiniano, y la tía Orfilia, que en el momento del camarazo estaba preparando unos tamales de iguana porque era sábado, rodó por tierra con los ojos torcidos.
Poco después In moría mientras unos señores vestidos de blanco se esforzaban en ponerle los intestinos en su lugar pero no se pudo. ¡Pobre In Bronco! ¡Tan bueno para contar cuentos de espantos!
Aquellos que le tenían envidia dijeron que lo mató la ignorancia. Pero el viento, cuando conversa con las hojas en las noches de luna, asegura que Sonsa y Firulais son los verdaderos culpables por haberlo dejado solo.
Lo cierto es que nadie se atreve a pasar el Río de los Perros después de las once. Ese río se llama así porque hace un titipuchal de tiempo tenía nutrias o perros de agua, pero ahora no tiene nada y lo único que oyen los vecinos son unos aullidos muy feos a altas horas de la noche, como si Sonsa y Firulais buscaran a In Bronco. Ya han comenzado los rezos a San Camilo para que lo encuentren y se vayan con él a la montaña, bien lejos. Y es que forzosamente los tecos tienen necesidad de atravesar el Río de los Perros todos los días para llegar al otro lado, en donde está Cheguigo con muchas novias y asuntos que arreglar, y además se honra a los muertos llevándoles vihuela y comilona cada Miércoles Santo.
¿Cuándo encontrarán a In Bronco Sonsa y Firulais?
* Tomado de la revista ESPACIO, número único editado por el prestigiado arquitecto juchiteco Lorenzo Carrasco
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