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Ángel Toledo o el regreso al origen

Ángel Toledo o el regreso al origen

Gerardo Valdivieso Parada

En sus canciones hay una posición filosófica y política, la del regreso al origen, a lo ancestral, a la naturaleza, al campo; y la dignidad del hombre frente al hurto, la corrupción, el saqueo, la mentira. Ángel Toledo Matus es el “Angelito” de su canción autobiográfica, es la visión del niño que tiene que abandonar el pueblo para ir a la ciudad y ya quiere regresar de ella, le urge regresar al terruño, recorrer los caminos tras el ganado, dejar caer la semilla en los rudos surcos y luego de cumplir con la tierra y el sustento “ir tras del vino”. En “Angelito”, “Bedaguya xpinnu” (regresa a tu pueblo) “Paloma” y “Huave mi hermano”, pasan los recuerdos de la niñez, el regreso siempre a los primeros años, a la felicidad de la infancia que deja huellas eternas. Recuerda un poco al poema de Salvador Novo “El amigo Ido”, que recuerda el escape al río para ahogarse a medias y “pescar sandías sangrientas”. En “angelito” no lo dice directamente pero pareciera decir lo que sí dijo Novo en su poema:

“Pero si tengo un hijo

haré que nadie nunca le enseñe nada.

Quiero que sea tan perezoso y feliz

como a mí no me dejaron mis padres

ni a mis padres mis abuelos

ni a mis abuelos Dios.”

En “Angelito” reclama su niñez arrancada por los años y el deber, quisiera ser eternamente el jovencito que se le ha regalado su primera guitarra. “El hombre chiquito” no es el pequeño de estatura sino el que está más cerca de la tierra, de la inocencia, el de las primeras canciones, el banco inacabable de la creación artística, ahí está el origen, la zona delicada y aún verdosa “ra nadá, ra nagá” dicen en zapoteco, de esa época no olvida ni olvidará hasta el día de su muerte, el niño en él muere en la canción como si fuera un presagio, cuando se entrega a él mismo los cuatro cirios, porque “Angelito” no fue de sus primeras canciones sino de las últimas que se le conocieron.

En él convivían, como lo escribió Nietzsche y trató de explicarme inútilmente mi maestra Rocío González en la primera clase que me dio, pervivían los dos principios o energías básicas basadas en el carácter de los dioses: Apolo que representa la claridad y la cordura, mientras que Dionisio la embriaguez del vino, el desenfreno y el éxtasis. Su fase apolínea fue la disciplina y el rigor en la práctica de su profesión de ingeniero arquitecto la herencia material que aún pervive, pero el lado dionisiaco también reclamó lo suyo: “ir tras del vino”, el exceso, estar fuera de sí, de la cruda realidad del mundo.

El regreso al origen no sólo lo vive en persona, reclama a sus hermanos zapotecos el apego a la urbe y el olvido o el abandono del campo, de los conocimientos de los antiguos, del desprecio del ser indígena, de la incomprensión por lo intangible, del descuido por lo pasajero, como “ver palomas pasar”, que significa también nuestro apego a la rutina de la vida, al trabajo, y no darse tiempo de ver el cielo, a los pájaros volar en el día y a las estrellas en las noches. Esa era su filosofía de vida que resume en sus canciones.

El consejo de la madre está presente en “Sicarú cheu’” (adiós), es la que pide al hijo que no olvide, que mantenga la memoria. En “Qui zaca dia sacá” (no seré así) es la madre es la que le advierte a su hijo pequeño la mentira, el robo, el enriquecimiento ilícito e inocultable de los políticos.

En cuanto a sus letras de denuncia, hay un arranque violento y a veces ciego, ante las injusticias y el abuso, como Jesús cuando echa a los mercaderes del templo convertido en cueva de ladrones, que tira las mesas de los usureros y los asientos de los que vendían las blancas palomas para el sacrificio. En lo personal acude a la ética del ser humano y en lo político denuncia la mentira, la simulación y la traición al pueblo.

En “Huave mi hermano”, va más allá del regreso al campo, a la naturaleza, va más allá de la niñez, más allá de la muerte del cuerpo. Invoca el lugar que otros zapotecos anteriores a él han vislumbrado, el lugar sin límites, como Juan Xtubi en Guendanabani en la desolación del mar de los místicos y el abrazo eterno de Nuestra Madre Xhunaxidó’. Ubica el lugar destinado a los muertos, no como la concepción cristiana del eterno descanso, sino en una fiesta sin fin “donde la raza nace cantando, vive danzando su felicidad”. Ahí está seguramente, junto a sus ancestros, en la inocencia eterna de la niñez, del divertimento y el juego. Ahí nos espera.

*Texto leído en el evento conmemorativo sobre Ángel Toledo

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