Bacuzaguí de Víctor Terán
Recuerdo el primer poemario de Víctor Terán ”Diidxa xhieñee”. Sus primeros poemas entregados a Macario Matus, entonces director de la Casa de la Cultura, quien los envió a la imprenta de mi padre para que formaran parte de la serie Tortuga Transparente. Estamos hablando de mediados o principios de los ochenta del siglo pasado. El libro era un torrente apasionado de poemas de amor y retrato del fulgor popular de esos años.
Por esa época en la Casa de la Cultura, siendo un niño, en una de las salas, en donde se resguardaban los pianos, escuché por primera vez al poeta recitar sus versos. Había oído leer los poemas a Macario Matus, Endino Jiménez, Manuel Álvarez. El joven profesor que era Víctor Terán era un estruendo, tronaban los poemas, los versos retumbaban como en un templo. Era la personificación del joven que ama y vive con pasión. Era el reflejo de sus poemas y la voz portentosa.
Luego vinieron más poemarios Como sol nuevo, Las espinas del amor. El desamor, el paisaje polvoso del pueblo. Sus libros más recientes las ha dedicado a la traducción y al relato.
Este poemario más reciente Bacuzaguí-Luciérnaga, nos muestra al poeta más sosegado, más contemplativo, que como el diamante a fuerza de presión de miles de años, resume lo mejor de sí y al ser cincelado resplandece. Hay quienes relacionan la brevedad con la flojera. En Víctor Terán es el resultado de un largo tiempo de meditación que ha condensado en este libro con haikús deslumbrantes, como la luciérnaga que en la absoluta oscuridad hiere la noche y nos deslumbra, maravilla, como este ser de luz maravilló a nuestros ancestros cuando aún no se inventaba la luz eléctrica. Ahora no podemos apreciar la noche sin una luz prendida o luces prendidas alrededor, se nos hacen necesarios en estos tiempos de robos y de muerte.
En las tres secciones del libro el poeta acompaña a los paisajes de sus ojos, de la laguna, del mar, con alusiones filosóficas, consejos, del hombre sabio y contemplativo en los haikús, los tankas y los poemas cortos. Los poemas de tres líneas también evocan poemas universales, sin perder un átomo de su frescura y autenticidad.
Víctor Terán sigue el consejo de su amigo Carlos Montemayor, como los antiguos griegos contaron la gloria de su tierra, el poeta de la séptima hace lo propio, el mar, la luna es la nuestra pero con ecos universales.
Por ejemplo en el haiku:
Guichiguie’ lubí,
Guichiguie’ ruxuudxe dxi:
Gundanaranaxhii
Adornos de papel de china
que el viento ondea,
adornos que los días maltratan:
el amor
Hay algo del poema de Lope de Vega:
Negrita de mis amores
Hojas de papel volando
Casi idéntica a la letra del son de La Negra, sólo que en una línea cambia hojas por ojos de papel volando. O como “como hoja al viento” de la Canción Mixteca de José López Alaves. Imágenes de la fiesta del papel picado y del cohete que avisa que la nueva pareja ha pactado su unión con la sangre.
Se entrelazan tradiciones ancestrales, los conocimientos del campo, del tiempo de lluvia y de sequía. Se mantiene los temas que ha trabajado Terán en todos sus anteriores libros, compactados en un instante resplandeciente, que nos deslumbra, que no necesita explayarse, sólo es un instante como el ahora constante en que vivimos, que apenas es, cuando ya fue, ya es historia.
Gerardo Valdivieso Parada
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