UNA MIRADA AL PASADO DE MI PUEBLO
Por: Ana Beatriz Muñoz Valdivieso.
Los domingos era un día especial para las familias en el pueblo juchiteco. Las actividades cotidianas, paraban a un ritmo muy lento. Las calles se encontraban casi vacías. El mercado por igual. La iglesia de San Vicente que se ubica frente al parque Charis y a la Escuela Juchitan, estaba abarrotadas de familias que llegaban de la planta impregnados de maderas oriundos en ese entonces de la Ciudad de Acambaro, Guanajuato. En los hogares de las familias de Juchitan, el desayuno se servía temprano, ya que los pequeños de la cada, así lo pedían, ellos no sabían de día. Para los señores de la casa, el domingo era día de asueto, de descanso, de estar con la familia, no se iba al campo, ni a la empresa, ni al molino, ni al mercado. Era tiempo y día para estar en familia. Los chiquillos podían jugar libremente, mientras los papás se rescostaban en la hamaca, bajo el corredor o debajo de los frondosos árboles de mango, guayaba, cocoteros, guanábana, entre otros muchos que ofrecían en este cálido Istmo de Tehuantepec, era momento platicar asuntos, ocurridos en la semana, de platicar de los hijos, temas ocurridos en el pueblo y porque no temas de amor y todo lo que a esto se refería. Los domingos era el mejor día para todos, ya que era un día de salir de la rutina, del ajetreo, era el momento de abrazar a papa de reír y jugar con el. Eran momentos de salir por las tardes a visitar a la familia, a los vecinos, compadres, era día, de sacar la mejor ropa para ir a pasear o simplemente quedarse en casa a disfrutar de ña familia, algunos lo ocupaban para irse a tomar unas chelas, en las llamadas refresquerias, que después de la llegada de los ferrocarriles y las empresas en juchitan, estas abundaron en cada esquina. Sin embargo en familia todo era alegría, lis niños y sus padres pasaban ratos aún recordados, juchitan era un pueblo seguro, muy seguro, donde la gente cuidaba a la gente.
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