El arrepentimiento
A Armando Santibáñez
Gerardo Valdivieso Parada
Existió en Juchitán un matón conocido por sus crímenes y asesinatos. En ese tiempo el niño Vicente acudía al templo a asistir a los sacerdotes con el sueño de convertirse en uno de ellos cuando ya adulto. Junto con otros compañeritos vestía su sotana roja y sobre esta su vestidura blanca con sus anchas mangas de lino.
Aquél hombre a los que todos temían pues podía matar a cualquiera con solo sus manos, deambulaba por las calles del pueblo, con su enorme figura, de una espalda ancha, brazos fuertes y grandes manos, su rostro reflejaba la acumulación de sus muchos pecados.
Se dice que cuando Vicente regresaba a su casa por un camino solitario se encontró de frente con aquél hombre, que en su vida había entrado a una iglesia. Cuando se acercó al niño le llamó la atención el trajecito resplandeciente del blanco sobre el rojo sangre de su sotana, imaginó que era una presencia ajena al mundo, que seguramente había bajado del cielo para encontrase con él, pero al cerciorarse del rostro del niño vio tal pureza y bondad, que no pudo evitar a arrodillarse ante él apenas lo tuvo enfrente.
No fue necesario que recitará todos sus pecados que cayeron como lágrimas en el suelo. Entre sollozos tomó una piedra puntiaguda en el suelo, y pegándolo con todas sus fuerzas en el corazón, gritó: “¡Perdón Dios!”, muriendo en el instante y logrando así la redención luego de un arrepentimiento sincero.
* Relato recreado de una historia de Ismael Guerra
Pintura de Francisco López Monterrosa
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