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El colibrí y la flor

El colibrí y la flor

Su cuerpo muerto es usado como amuleto para conseguir el amor, más el colibrí vivo es la representación de la fuerza, la velocidad, la agilidad, la destreza y la representación de la guerra en el dios de los aztecas Huitzilopochtli, que también es llamado el “colibrí zurdo”. El colibrí sobrepasa la vida y la muerte, es el guerrero muerto en combate, es el mensajero de los dioses, es el agorero de la pronta partida de la tierra. Es el ave que vive más años, con el corazón y cerebro más grandes que cualquiera ave y que puede aletear 200 veces por minutos. Sólo existe en América y cuando los españoles lo vieron lo apodaron pájaro mosca por su tamaño diminuto y su veloz aletear.

Por su oficio de recoger el néctar de las flores con su pico, como si las cortejara, como si las abanicara para que no se sonrojen, como en el poema de Alejandro Cruz, como si las polinizara para luego abandonarlas, es símbolo del hombre en su relación con la mujer, por eso su aparición en numerosas canciones. Existe en la vieja trova cubana un antiguo bolero anónimo llamado “El colibrí y la flor” que popularizó Silvio Rodríguez, en él el colibrí llega al extremo del sacrificio para rescatar la flor de la muerte, metáfora del amor que se entrega sin contemplaciones.

En zapoteco es “biulú”, como el que estuvo una vez en los ojos y de pronto ya no está, ha desaparecido por su agilidad. En la “flor y el canto” de la poesía zapoteca, nuestros poetas se han acercado a este diminuto pájaro que cabe en las manos, como el primer libro del poeta Macario Matus que intituló “Biulú”. Pero no hay más grande descripción poética del vuelo de los pájaros, del amor de pareja, que la descrita por Francisco Javier Valdivieso “Pancho Nácar” en el poema “Ndaani guixhi bidxí” (en medio del pitayal).

La flor en las culturas mexicanas, incluyendo la zapoteca, es la representación de la belleza en la tierra y de su fugacidad, ya que las flores nacen esplendorosas en la aurora y se secan en los altares al terminar el día. Las flores son el testimonio de nuestro paso en la tierra y según los antiguos es el paraíso, es el reino, es el lugar de las flores, por eso para anunciar una gran noticia, como un nuevo enlace matrimonial toman como testigos a las flores “ganna guie’ ne ganna guiidxi”.

En el sermón matrimonial, nuestro Génesis zapoteco, que recitaron los señores principales, nuestros casamenteros, herederos de nuestros antiguos sacerdotes, los xhuaana’ ante el altar familiar “donde reverdece la vida”, donde se arrodillan los enamorados, al llamar a Nuestra Madre Xunaxidó’ le pide a la pareja como principal tarea que se multipliquen como las flores. En los sermones matrimoniales o libana, se menciona al colibrí en su dominación antigua como “biguini”, a la desposada se describe como “biguini guie’” (colibrí flor).

Roger Toledo que pinta este segundo baúl de una serie que pretende realizar, no acude de manera directa a sus orígenes zapotecos, no pretende “rescatar” su cultura a través de su arte, pinta y refleja lo que le sale dentro. No pretendo aquí explicar su obra y su relación con su cultura: está ahí para que el espectador lo contemple, lo juzgue. Su obra no copia grecas antiguas para ponerle luces fosforescentes, ni pinta de dorado algún utensilio autóctono, para que plumas más inteligentes que la mía hagan sesudos análisis de su raigambre indígena y relacionarla con sus creaciones.

La pintura de este segundo baúl podría llamarse “Xochitlalpan” (tierra de las flores) no pudiendo sustraerse del nombre de su propia tierra Juchitán, Xuchitlán, Ixtaxochitlán, Guidxiguie’, lugar de las flores. Lo explica el gran filósofo de la cultura nahua al escribir sobre el inframundo o el paraíso nahua “Xochitlalpan, la Tierra florida, y dialoga con el colibrí precioso y la mariposa de fuego”.

Gerardo Valdivieso Parada

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