Oscar Cazorla leyenda negra, empresario exitoso y matriarca de las Intrépidas
Gerardo Valdivieso Parada
La primera vez que escuché de Oscar Cazorla fue de mi abuela. Como el patio de “Pedru Mana” que servía de pista de la vela Cheguigo se encontraba enfrente de su casa, había comentado que en la madrugada cuando todos ya habían abandonado la celebración, Oscar Cazorla y su séquito seguían celebrando, consumiendo cervezas, asaltando las hieleras de los demás puestos. Cazorla era, en mi imaginación de niño, el torrente de energía y de sed insaciable para el que la fiesta y la carcajada no terminaban nunca.
Entre los compañeros de la adolescencia se contaban de él los relatos más descabellados, entre los que destacan que uno de sus amantes en venganza le había introducido en el ano una cola de iguana, de tal forma que no se podía sustraer sin desgarrarle tal parte, y que habría requerido una intervención quirúrgica por lo que había tenido que pagar por colocársele un fundillo de platino. En la ingenuidad de niño uno no se preguntaba cómo era posible tal adelanto tecnológico, aceptaba sorprendido todas esas leyendas negras.
Su desbordante demostración de riqueza por la estrambótica joyería que le llenaba el pecho, los brazos y los gruesos dedos, llevaban a la gente a suponer que su acumulación de riqueza sólo podía deberse a negocios ilegales: tráfico de drogas, al engaño y el fraude, y al préstamo de dinero. Nadie volteó a ver la habilidad empresarial que demostró desde muy joven, cuando la exposición de toda aquella joyería en las fiestas, era porque él mismo se erigía como su propio modelo para promover la principal mercancía que vendía, alhajas de oro e imitación, comercio con la que inició y mantuvo hasta su asesinato.
Fue un empresario con visión de futuro. Fue el primero en construir un salón de fiestas o un espacio de usos múltiples, cuando las fiestas y las velas se hacían en los patios y en las calles y nadie imaginaba que la ciudad iba a tener tal crecimiento que esos espacios ya no iban ser suficientes. En el salón Cazorla no se realizaron solamente fiestas sino también espectáculos y conciertos para jóvenes, en el espacio se estrenaron y fue preferido de los primeros equipos de sonido como Sketch, Tantra, Garax, cuando este tipo de diversiones se hacían en las calles rodeados de tablas de madera para controlar las entradas. Construyó el primer edificio de habitaciones y oficinas con varios pisos que todavía hoy está en pie soportando un terremoto de 8.2 grados Richter y que sigue siendo una de las más altas en esta región tan inestable.
Pero su más grande negocio fue instaurar en su salón la Vela de las Auténticas Intrépidas del Peligro. Fue un éxito comercial porque el empresario controló por muchos años la venta de cerveza, la contratación de grupos y el financiamiento de la fiesta a través de los funcionarios y políticos del partido oficial el PRI. Las Intrépidas fueron desde sus inicios fiel tropa del partido en el gobierno, tanto que la oposición los tildó de grupo de choque, porque eran los que generalmente iban delante animando con su picardía las marchas. Esa fidelidad era premiada por presidentes municipales, diputados, senadores del oficialismo, que a la vez les servía de plataforma política por el gran espectáculo que es la vela de los muxes, que no fue gueto, ni secta sino aglutinante de la sociedad y el pueblo juchiteco.
Priista hasta su muerte, aún con esa militancia férrea no se negó a que los políticos de oposición en el poder contribuyeran y se beneficiaran políticamente con la vela. Funcionarios y representantes populares de oposición que pudieron pagar conjuntos y dinero en efectivo pudieron tener la tribuna de las intrépidas en la ceremonia de la coronación.
Figura e ícono de Juchitán, su eterna sonrisa y su rolliza figura llena de oro, lo hacía parecer un buda de la abundancia, en una sociedad zapoteca que le da enorme importancia al prestigio por la fiesta. Oscar Cazorla era el invitado especial en toda fiesta y anfitrión espléndido en las festividades que encabezó o fue padrino. Nadie podía ignorar su presencia con sus camisas bordadas y las joyas, su eterna plática con amigos, con la cerveza infaltable en la mano diciendo salud. Los grupos tocaban en toda fiesta en su presencia y en su ausencia, una famosa pieza tropical que adaptaron como estribillo en su honor: ¡Oscar Cazorla!, ¡Oscar Cazorla!
Como amigo y parte de la cotinianidad juchiteca, se cuenta de él innumerables anécdotas. Como haber inaugurado el nombre del mayate que termina abandonando su roll de macho para entregarse al placer sexual que ahora le proporcionaba el muxe en su papel de activo: el Ramón. El artista plástico Jesús López Monterrosa, solía remedarlo cuando en una ocasión cuando al terminar la vela y el conjunto lo entregaba en su casa en la puerta gritó con su especial forma de hablar: ¡viva la vela Agoshsto! O simplemente la risa que generaba entre sus amigos que solían recordarlo, que al no auxiliarse de cinturones o tirantes se le caían los pantalones.
Aunque para muchas personas, principalmente jóvenes, está relacionado con la fiesta, el despilfarro, el sexo, Oscar Cazorla asumió un papel importante en la lucha contra el SIDA a finales de los ochenta y principio de los noventa, cuando obligó a todas las intrépidas a participar en los talleres de información sobre el VIH. Gracias a su sociedad con la nueva organización Gunaxhii Guendanabani (Ama la vida), primer colectivo de madres preocupadas por la pandemia, se hizo una labor importante de prevención de contagios sexuales en la región y surgieron y se empoderaron activistas muxes que actualmente son líderes. Sin contar la gran proyección que dio a los muxes a nivel nacional e internacional, al organizar una vela a su gusto.
Para sus amigos y el pueblo tuvo su lado generoso, era presto a ayudar y apoyar a sus allegados en desgracia, sobre todo después del terremoto, cuando él mismo había dicho que todos sus negocios habían sido afectados. En la vela de las Intrépidas tuvo deferencia con las viejas taberneras, obligando a la empresa cervecera a que las del antiguo sindicato siguieran vendiendo los cartones en la entrada de la fiesta con su respectiva ganancia para las señoras, que dedicaron toda su vida a promover el producto, que al final se les desplazó. Agradecidas se tomaron el tiempo de llevar sus respectivos cartones y sentarse a brindar con él.
Los muxes allegados al empresario sabían que como buena Intrépida, aún a sus 68 años, mantenía relaciones de riesgo con jóvenes, a quienes solía introducir en sus múltiples espacios. Un 8 de febrero por la tarde noche se sabría con gran conmoción que había luchado hasta la muerte. El dato no pretende revíctimizar al empresario, cuyo asesinato no se ha esclarecido, ni se han reportado avances. Ciudadano de primera, las autoridades tienen una gran deuda a su derecho de recibir justicia y castigar a los responsables de acabar con su vida.
Fotografía de Ann Summa
#justiciaparaoscarcazorla
Share this content:
Post Comment