Historia de las sandías
Gerardo Valdivieso Parada
Como al mediodía la esposa llegó a la casa, quitándose su chal de la cabeza que le servía para protegerse del sol ardiente. Acomodó sus trenzas con listones hacia la espalda de su huipil negro, su falda de luto ondeó levemente con este movimiento seguido de su blanco y almidonado olán. Detrás de ella entraba el mozo de la familia cargando la enorme canasta con las cosas que había adquirido en el mercado para preparar la comida. Mientras la esposa se quitaba sus pendientes de oro, el mozo regresaba a recoger de la carretilla en la que se había traído las cosas por las frutas que no había cabido en la canasta, entre ellos una enorme sandía.
Dispuesto todo en la mesa de la cocina en dónde estaba sentado el esposo tomando su pozol de mediodía como recompensa de la jornada de trabajo en su labor, puso la mano en la sandía como si fueran las posaderas de una mujer:
–Qué enorme sandía te trajiste, se ve suculenta
–Luego de partirla, sobrarán muchas semillas
–Las guardarás para que las siembre en la parcela, crecerán entre los maizales
–De haber buen temporal tendremos una buena cosecha para obsequiarlas – dijo la esposa mientras jugaba con sus largas y onduladas patillas.
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