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Yukio Mishima, iniciar con la pluma terminar con la espada

Yukio Mishima, iniciar con la pluma terminar con la espada

Gerardo Valdivieso Parada

Descubrí a Yukio Mishima de una lectura de un relato de Guadalupe Loaeza en donde lo mencionaban. Estudiaba contaduría en el Tec del Istmo y el maestro Sumano trajo a leer aquella narración de la autora de las “Niñas bien”. El nombre japonés se me quedó y adquirí su novela autobiográfica “Confesiones de una máscara” con el librero que llegaba cada año a los bajo de los portales de los Símbolos Patrios.

Aunque Mishima quiso morir como un guerrero samurái, nunca lo fue, ni su familia pertenecía a esa clase, ya que de lado materno venía de una familia venida a menos luego de la caída de la dinastía Tokugawa que gobernó Japón durante dos siglos. Los antepasados de su aristocrática abuela no necesitaron blandir la espada, ya que tuvieron a samuráis a su servicio para hacerlo.

Recuerdo que nunca pude recordar bien el nombre de la novela, siempre la recordaba como “Secretos de una máscara”, tal vez porque la tenía forrada con el envoltorio de los paquetes de hojas de tamaño carta que sobraba en la imprenta de mi padre, para que no se viera en la portada que era un análisis sobre la homosexualidad y no la primera novela de uno de los más grandes escritores del Japón.

De la novela que releí varias recuerdo la escena de “el sucio” dónde los compañeros estudiantes del adolescente Kimitake Hiraoka, que así era el nombre de Mishima, jugaban a sorprender a algún condiscípulo distraído para tocarle las zonas bajas, y ante sonroje del incauto, los demás señalaban con el dedo al atacante diciéndole “qué sucio, qué sucio es fulano”. El flacucho Hiraoka se sentía atraído por un joven un poco mayor que los demás y era el preferido en la clase de gimnasia. En una ocasión sentado detrás del aula observando la nieve, el joven mancebo al ver que seguía usando guantes de lana, le tuvo compasión que aún no usara las del piel, por lo que le acarició la cara con sus guantes de cuero.

Cuando ya hubo feria del libro, compré con mis ahorros “Música” una novela sobre un psicólogo que trata a una paciente que utiliza la metáfora de la falta de audición de música con su frigidez. En la biblioteca del el Tec leí “El pabellón de oro”, inspirado en la quema del templo dorado zen de dos pisos, el personaje central es la vida del incendiario causante del siniestro, que es un joven tartamudo. Luego leí sus perfectos y redondos cuentos, recuerdo el divertido cuento “La perla” en donde nos descubre las costumbres, el pensar y proceder de las señoras acomodadas de Japón; “Los siete puentes” es un relato sobre las costumbres y supersticiones de los maikos, aspirantes a gueishas. En el relato “patriotismo” se vislumbra su aspiración a la muerte ritual. Jóvenes oficiales organizan una rebelión, pero se cuidan de incluir a uno de sus camaradas porque acaba de casarse, la rebelión fracasa, sus amigos mueren, y en honor a ellos el joven oficial se hace el sepukku: se raja el vientre con una espada corta, mientras su joven compañera lo acompaña atravesando una daga en la garganta.

Gracias a un regalo de mi querido maestro Elí Bartolo Marcial, tuve la oportunidad de leer parte de su tetralogía de novelas “El mar de la fertilidad” y la novela “Sed de amor”, en la primera se entrelaza política, asesinatos, intrigas, amistad y reencarnaciones y en la segunda el tema del amor mal entendido y sus nefastas consecuencias.

En “Yukio Mishima o la visión del vacío” que leí en el Centro de Información del Tec, de Marguerite Yourcenar, se analiza el suicidio del escritor, se describe a detalle como aprovechando su fama se introduce en la secretaría de guerra y acompañado de los oficiales de su ejército privado, secuestra al militar de mayor rango del país en su propia oficina, lo amarra a una  silla, mientras el escritor se practica el sepukku. Aunque Mishima se abre el vientre, su nervioso acompañante no le puede realizar un corte limpio, por lo que tuvo que intervenir un segundo para asestar correctamente el golpe de sable, al final se suicidan ambos.

Joven famélico, Mishima cultiva su cuerpo en el gimnasio, a la vez que es aclamado como el escritor de éxito tanto en sus novelas como en sus obras de teatro, un prodigio que sabía hablar y escribir el lenguaje antiguo. No encontró en que más llamar la atención luego de írsele el premio Nobel, entregado al viejo escritor Yasunari kawabata, quién repetía que debía otorgársele a Mishima.

Su llamada de atención con su suicidio a volver a las viejas costumbres, y cómo Trump, volver a ser grande a Japón, no tuvo eco y está ahogado en Japón moderno y su dependencia y estrecha relación con los Estados Unidos. Lo que perdura es su vasta obra, un golpe en el piso de madera de la espada envainada para llamar la atención sobre la vida y la muerte.

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