El tío Higinio
Ana Beatriz Muñoz Valdivieso
Con pasos lentos, bajo la sombra de la oscuridad con machete y morral donde guardaba sus herramientas para su trabajo, el tío Higinio llegaba a las 3 de la mañana, colocaba sus instrumentos bajo una enramada donde desde ahí, comenzaba su día. Una taza de café y un pan lo esperaba en la mesa. Con gran paciencia lo bebe al igual que el delicioso pan de la región. Al terminar de saborear el delicioso y suculento café da las gracias a la patrona. Se dirige al objetivo que es un enorme cerdo, el que será sacrificado ese día. Con mucha paciencia el tío, amarra al cerdo de las 4 patas, lo baña, para luego degollado y así empezar su labor de destazarlo poco a poco. En una cubeta coloca la sangre, la cual dicen se obtiene mucha vitamina, con ella se elabora la rica moronga, la cual consiste en la sangre del animal se le pone sal, cebolla cilindro y chile verde, se va introduciendo en la tripa del cerdo, claro cuando está ya fue lavada, de ahí se coloca en una olla de agua hirviendo. El tío era muy alegre, tarareaba canciones a esa hora, o ponía música de la radio a la hora en que se empezaba a trasmitir, la música de las estaciones de México, como “El canto del gallo” que conducía el extinto Juan Calderón. Lo que llamaba mi atención que los vecinos no se quejarán del grito del cerdo. Al amanecer el tío ya había terminado su faena, descansaba un rato, le tocaba parte del animal. Higinio Castillo Pineda era alto fornido de tez blanca, usaba sombrero de palma, era muy callado, no se metía en problemas era todo un caballero.
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