LOS RASPADOS DE MI ABUELA.
POR: Ana Beatriz Muñoz Valdivieso. Quien en este verano caluroso y de vacaciones, no, se le antoja un rico raspado. Como los de mi abuela Porfiria Meña ninguno. Era una hermosa mujer, de tez blanca, su hermosa cabellera caía bajo su espalda, crespo de color dorado como el sol. Su cuerpo curvilíneo, así era mi abuela, quien sembró un árbol de tamarindo en su enorme detrás de su casona de tejabana. Esta se ubico entre la prolongación 16 de septiembre, prolongación guerrero y 5 de mayo. Su expendio se ubico a un lado del entonces automotriz Renault. Ahí tuvo mi abuela su negocio, al principio fue de palma, más tarde de concreto. La abuela se levantaba muy temprano a preparar lo de su vendimia. Sustraída del enorme árbol de tamarindo el rico manjar, le sacaba la semilla, colocaba un recipiente con poca agua y hervía el producto. Más tarde lo dejaba enfriar, para luego agregarle azúcar, amasarlo y hacer bolitas, para luego colocarlas en un recipiente de cristal y llevarlo a su negocio. También elaboraba la miel, que utilizaba para endulzar sus ricos raspados. Para los raspados de tamarindo, mi abuela utilizaba un vaso se cristal le introducía dos bolitas de tamarindo, lo batía y le ponía el hielo raspado, para después, endulzar el hielo con el jarabe. Para elaborar el raspado de sandía, cortaba una rebanada de esta exquisita fruta, lo batia en el baso de cristal, pata después ponerle hielo raspado y este a su vez, ponerle el jarabe de color rojo. Contaba con jarabe, rojo, amarillo y verde, muchas veces, el cliente, le gusta a que le dejarán caer algunas gotas de limón, que le cambiaba el sabor al raspado, dejándolo más delicioso. Mi abuela, lavaba los vasos que utilizaba para sus deliciosos raspados con jabón y limón, para luego secarlos, con limpias servilletas. Siempre estaba sonriendo, era muy platicadora, confiaba en la vida, siempre decía, “Si Dios les da de comer a los pájaros todos los días, que será que a sus hijos no les de”. Era una mujer buena y noble. Siempre trabajado, siempre ayudando a la familia, cuando ella murió, todo cambió, ya nada fue igual. Sin embargo sus raspados están aún en mi mente y en mi corazón. Y recuerde tomarse un buen raspado, para endulzarse la vida y alegrarse el corazón.
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