EL MEJOR JUGADOR DEL MUNDO
A Lenin, Inti y Víctor
Era el mejor pitcher del mundo. Qué Valenzuela ni qué Chito Ríos. Puso un ladrillo sobre los tres manojos de hojas que traía en el sobaco y se sentó a devorar las dos almendras encontradas bajo el árbol. Cavilaba, se le veía preocupado. Y cómo no, si era el último inning del último juego de play-off e iban perdiendo, uno a cero. Con toda la decisión posible, dibujada en el rostro, tomó la pelota y se dispuso a lanzar sus mejores pichadas. ¡Qué bárbaro! se decía a cada lanzamiento, y la euforia de los fanáticos le reventaba los oídos y le hacía levantar los brazos, gritando: ea-ca-ea. Y no era para menos, había ponchado con una curva enorme, como una joroba de camello, a decir del locutor, al último jugador.
Y el turno al bat lo tenía su equipo. Al primero y segundo bateador, sendos ponches. La esperanza se cifraba en él, ya que al tercer bateador le dieron base. Con dos strike y cero bolas, sosalió de la caja, tomó un poco de brea y se talló fuertemente las manos, no le gustaba el bat, porque a lo largo del cuerpo tenía sembrado chipotes puntiagudos; claro, se decía, es de yaga bioongo’.
La pelota en el aire, era una “curva ngola derechita” que si la dejaba pasar, perdían todo; el juego y el campeonato. Jaló tan fuerte el bat, que no supo cuál fué a dar más lejos, si el bat o la pelota. ¡Jonrón! gritaba, brincando y aplaudiendo.
¡Qué jonrón ni qué suputamadre! oyó al primer zurriagazo. ¡viiapora candou botella rari ni vireeyaande gabia!. El niño apenas tuvo tiempo de tomar sus libros y salir corriendo. A media calle, se paró de golpe para gritar: ¡Binnigola xquieteede, binnigola xateede! Y se fue moviendo a ratos las piernas, como preparándose para entrar a jugar en el último juego de la final de foot-ball.
VICTOR TERAN
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