La lluvia, el río, los borrachos, los perros y la serpiente
Gerardo Valdivieso Parada
Cuando el río se llenaba de agua que bajaba de las afluentes en la sierra, salíamos al callejón que desembocaba en “el pasu mani” (paso de los caballos) para ver el deslizamiento de la fuerte corriente que arrastraba troncos. Los osados y buenos nadadores se zambullían al río para rescatar animales y objetos como mi vecino Benito. En el pasado fue famoso el muxe’ y “madrina” Víctor “Marocha” quien cruzaba a nado de un lado al otro del río, su proeza causaba gran admiración en Cheguigo de dónde se zambullía para salir de lado del centro del pueblo.
De los peligros de pasar el río en tiempos de lluvias porque aumentaba su afluente, existe un relato muy conocido de un borracho que se disponía a cruzar el caudalosos río y los vecinos le indicaron que se auxiliara de una gran jícara para que flotara más fácilmente. Envalentonado por el alcohol, el hombre se negó a ese auxilio y cruzó el río. A medio camino para la otra orilla empezó a hundirse y pidió a gritos que le aventarán la jícara. “Bébete el agua así ¿para qué quieres la jícara?” le respondieron cuando se vio que se ahogaba.
Cerca de mi casa vivió igual un vecino que se la pasaba ebrio todo el tiempo, le decían Che Dxu’ y que igual una vez se lo llevó la corriente de agua. Aunque no lo conocí alcancé a ver su casa de adobe abandonada, a incursionar en ella y husmear entre sus posesiones abandonadas regadas sobre un piso de tierra suelta, mis pequeños vecinos y yo jugábamos a entrar y salir por los agujeros que dejaban los cerdos en las paredes de la pequeña casa de tejas con pilares de madera. Su propiedad tenía un enorme patio y un pozo abandonados, con árboles de mango, papaya y limón, entre los matorrales se posaban las libélulas que atrapábamos con las manos para jugar con ellas.
De niño se me quedó una historia, contada por alguien o que yo me inventé y que incluso años después escribí como cuento: que Che Dxu había sido arrastrado por una corriente que lo transportó al río y de ahí a las lagunas, sin regresar en mucho tiempo, tanto que sus familiares lo dieron por muerto -y tal vez para quedarse más rápidamente con sus propiedades- le hicieron sus ceremonias mortuorias sin sus restos. Mi imagen de niño es que mientras prendían los sirios en el altar de su casa y se llenaba de incienso, a la hora en que las mujeres hacían las oraciones para su eterno descanso regresó caminando a su hogar. Esa historia la tenía por verdad cuando pregunté nuevamente el destino de Che Dxu, me dijeron que en efecto en una de sus borracheras al intentar pasar una corriente ésta se la llevó sin que Che Dxu’ volviera jamás.
Sobre las múltiples inundaciones del pueblo por el desborde del río, los antiguos, los viejos, los atribuían a la aparición entre las corrientes del río del Beenda’ Yuuze’ (serpiente con cuernos). Víctor de la Cruz escribió en un artículo que en una canción de Juan Xtubi se habla del beenda’ yuze’ y citó la letra de la canción en la revista Guchachi’ Reza. José Lucho, hábil talabartero de la Séptima Sección, que hacía hermosas sillas de montar, narró que un día en el monte cuando iban en un Jeep, el todo terreno pasó sobre la cabeza de un enorme beenda’ yuze’ matándolo. Dijo que lo llevó a su casa y a la hora de sacarle la piel se dio cuenta que el animal era todo de agua. “Estuvo colgado la piel de la serpiente en esa pared por mucho tiempo hasta que un extranjero se la llevó” dijo el delgado anciano.
En el pasado se podía leer en el cielo, en el comportamiento de los animales, principalmente de los pájaros, sobre el temporal, si no habría lluvias o si se tendría de forma abundante. Me dicen los que están al tanto de los niveles del río, que con el cambio climático, ya no es posible prever esas cosas. Los hombres que hemos provocado este caos climático en la tierra, ya perdimos la fe en las premoniciones, que los animales conservan, aun los domesticados como los perros. En casa nunca tuvimos mascotas, nos contentábamos con ver a los que tenían los vecinos. Uno de ellos que vivía frente a nuestra casa, cruzando el callejón, tuvo un perro grande, que en un día de lluvia ligera, empezó a saltar en el mismo lugar en dónde estaba una y otra vez, como si le diera un ataque de nervios o aplastara algo en el suelo. Mi madre se preguntó sobre la extraña actitud de aquel perro en la mañana, en la tarde ya estábamos tan inundados por el agua del río que nos tuvimos que subir al techo de la casa.
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