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El regreso

El regreso

Gerardo Valdivieso Parada

El 8 de septiembre, muy temprano, acudí a ver cómo había quedado el templo de San Vicente Ferrer y a tomar fotos para el periódico. Varias personas estaban contemplando el atrio con el campanario caído y los daños del terrible sacudimiento de la noche anterior colgados de barandas de la puerta de la entrada. Un amigo reía de buena gana y se burlaba de la situación lastimosa del templo, preguntaba dónde estaba Dios y los santos para resguardar su templo. Por un momento me contagió su risa, mientras algunas personas nos veían con enojo y con ganas de lincharnos.

Efectivamente el mayor templo del pueblo, la primera parroquia, a dónde los juchitecos iban a depositar sus penas y esperanzas, se había doblegado a la naturaleza, a la tierra, y según los antiguos al jaguar que es la representación de este elemento. El templo estaba gravemente dañado y el corazón de los fieles, sobre todo de las paisanas con una fe inquebrantable, adolorido. Y como el templo no es la iglesia, sino las personas que los unen la fe, con ese dolor, procedieron a sacar a los santos en procesión al templo de El Señor de Esquipulas. Era lamento y llanto que cerraban la garganta, ese peregrinar apenas un kilómetro a su nueva casa temporal.

Siete años de acostumbrarnos a ver cerrada el templo, que pareciera nunca terminar la operación mayor que se le hacía. El almacén que albergó materiales para reconstruir el Centro Escolar Juchitán sirvió de templo parroquial, tan pequeña que no cabía todos los santos en su interior. Una empresaria piadosa, de su peculio mandó construir un templo provisional más grande y un poco más digno para los fieles, hacia allá peregrinaron otra vez los santos y las efigies sagradas, con el corazón un poco más compuesto y ya transparente la rehabilitación segura de su templo original.

En el pasado el templo había sufrido daños por el ataque de la artillería federal apostado a las afueras de la ciudad, querían dispersar a los juchitecos que atacaban el cuartel Carlos Pacheco (donde hoy es la escuela primaria), durante la rebelión chegomista de 1911. Como desde la altura de los campanarios se podía atacar más fácilmente a los soldados, la artillería dañó los dos campanarios. De niño uno se preguntaba por qué aparecía bajo las dos torres el año de 1955 si los binniguenda lo habían construido cientos de años atrás. Hasta esa fecha se logró remodelarlos con los delicados acabados que esta última rehabilitación no recuperó dejando al descubierto los ladrillos. Durante la época postrevolucionaria y durante la crisis entre la iglesia católica y el gobierno, estuvo cerrada el templo por un buen tiempo.

En esta nueva rehabilitación los integrantes de las sociedades de las velas dedicadas a los santos, fueron las que se congregaron para cargar en andas a sus patronos al templo renovado, principalmente las socias y socios de las sociedades dedicas al santo patrón, tanto su efigie antigua recobrada como su santo “pequeño”, mostraron una gran alegría por el regreso de San Vicente a su antiguo hogar.

Será de nuevo en este atrio en donde converjan las mujeres con las banderas, las flores y las velas para entrar al templo a depositar a los pies del santo los cirios en su honor, y los señores depositarán bajo la cruz misional lo que queda de sus ramos de coros.

Luego de siete años de larga espera, atravesando las inclemencias del tiempo, el viento y la lluvia en los patios y las calles a donde nos arrojó el sismo; luego el miedo y la muerte asfixiados en un cubrebocas, todo empieza a volver a la normalidad, se volverá a poner la rodilla frente a los santos para confiar las penas y las esperanzas, tal vez se oigan las campanas entre tanto ruido de motos y bocinas, lo que es seguro es la vuelta a la normalidad de la fiesta ritual, un gracias a los santos por esta vida que vuelve al arrollo y sigue a la vasta laguna de la muerte.

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