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La noche del sismo, 7 de septiembre de 2017

La noche del sismo, 7 de septiembre de 2017

Gerardo Valdivieso Parada

Fue poquito antes de la media noche, inició de forma leve para luego acentuarse como para dar tiempo de salir, de escapar, de refugiarse, de alertar a los hijos, a los familiares dormidos, y luego ese sacudimiento tremendo y constante que pareció nunca acabar.

Estaba en el centro de la ciudad, en el bar Zócalo, acompañado del dueño del negocio y de otro amigo que era a la vez el propietario del Bar 33 de Blue ubicado también en el centro. Nos atendía un mesero en la barra. Cuando inició la vibración de la tierra, dije “está temblando” y caminé hacia la calle, ya afuera empezaron a caer las tejas de la casa vernácula que albergaba el bar enfrente de mí, tuve que sostenerme de un auto de a lado para no dar en el suelo. Mis dos amigos ya no pudieron salir y se refugiaron en el marco de la puerta. A la vez que se oían los crujidos, los gritos de las vecinas, la caída de tejas y otros objetos arriba de las casas, a unos pasos en la esquina de 5 de mayo y Efraín R. Gómez, el techo de la casa antigua que albergaba una tienda de pollos se vino abajo y expidió una polvareda. De pronto todas las calles se llenaron de una especie de niebla de polvo. El sacudimiento era tan fuerte e imparable que uno trataba de pensar que no era el fin de todo, que tenía que acabar en algún momento, el terror que insuflaba el estruendo de la tierra parecía no tener fin. Cuando finalmente terminó seguían los llantos. Las meseras del Bar Jardín que estaba enfrente salieron llorando, no las entendimos, no pidieron ayuda, no supimos a esa hora que el techo de la vieja casa también se había caído dejando bajo sus escombros a personas y que trataban de rescatarlos.

Entre el polvo suspendido acompañamos al dueño del bar 33 ubicado sobre 5 de septiembre a ver cómo estaban sus empleados, todos habían corrido a la calle antes de la casa de adobe cuyo techo era sostenido por gruesos troncos se viniera abajo, sólo la cocinera tenía una crisis nerviosa. El bar era parte de una sola casona que abarcaba toda una esquina y que albergaba varios locales, que también habían colapsado, el local de la esquina de 5 de septiembre y Efraín R. Gómez era una casa de empeños. Apenas habían pasado unos minutos de la catástrofe cuando la gente empezó a denunciar a gritos a personas que querían ingresar a la casa de préstamos para sustraer las joyas que habían quedado bajo los escombros, aunque no pusieron ingresar y sacar nada. Acudí a mi oficina a levantar las dos computadoras que estaban en el suelo. Luego fui a mi casa que había sido afectada por el sismo pero que estaba de pie. No había luz eléctrica por lo que no pude cargar la batería agotada de mi cámara. No supe en ese momento que parte del palacio se había caído con un policía bajo los escombros, ni que el Hospital Macedonio Benítez Fuentes había sido evacuado para ubicar a los pacientes en un patio cercano, el personal reportó que a esa hora se realizaba una cirugía. Nadie durmió bien en las primeras horas del 8 de septiembre o de plano no durmió, porque a cada momento se sentían las réplicas, desde esas horas la gente ya dormía en las calles y no quiso volver a entrar a sus domicilios por miedo que volviera a repetirse a aquel sacudimiento fatal.

En la mañana del 8 despejadas las tinieblas de la noche se vio a cabalidad la catástrofe, al recorrer las calles de las zonas más afectadas como la Quinta Sección la gente contaba las historias de personas muertas aplastadas por el techo de sus casas, parejas de ancianos que murieron juntos, niños que dejaron desconsolados a sus padres y a sus familiares que perdieron las uñas al tratar de remover los escombros para rescatarlos. Pasadas las horas había gente sentada en las esquinas, en las banquetas, contaban con más calma la situación. De un medio nacional me preguntaron que cual era el porcentaje de daños, les calculé que el 70 por ciento de la ciudad de Juchitán estaba destruida o severamente dañada, era el caso parecido en las poblaciones aledañas.

Lo que siguió después fue el cierre de calles, la solidaridad de vecinos para cerrar las avenidas y refugiarse en ellas, para colmo de males empezó a llover y desde el primer día la primera demanda de la población fue la entrega de lonas para refugiarse de la lluvia y del sol. Desde el primer día, paisanos de otras ciudades empezaron a organizarse para llevar víveres, que empezaron a llegar en vehículos particulares. Luego el gobierno con sus diferentes dependencias empezó a levantar albergues y cocinas. El gran Francisco Toledo alentó las cocinas comunitarias, que llevó a la gente a organizarse a preparar sus propios alimentos y brindarlo a los necesitados, éstas cocinas estuvieron laborando hasta un año, más tiempo que las cocinas del gobierno.

Sí es cierto que con el sismo afloró la solidaridad también hubo rapiña, hubo una repartición anómala de víveres que no llegaban a las colonias y asentamientos más alejadas, siempre se repartían en puntos conocidos y hubo familias que acumularon productos de todo y luego hicieron negocio con ellos. Hubo personas que ofrecieron comida por unos días y apoyos a las personas, dando a conocer sus cuentas de banco para que la gente de fuera depositara, no se sabe cuánto dinero recibieron, ya que nunca lo reportaron. Hubo casos de personas que lograron movilizar toneladas de apoyos y se preocuparon de organizar una logística para que llegara directamente a las personas afectadas. Los artistas idearon maneras de ayudar a los más necesitados como las mujeres totoperas con la entrega de ollas para hornos, y hasta ropa tradicional para las mujeres mayores.

El gobierno como siempre fue rebasado, actuó de forma negligente y en lugar de ayudar dañó más a las poblaciones, el primer dinero asignado para el apoyo fue insuficiente. Hubo fraudes, robos de apoyos, empresas que vinieron a aprovecharse de la población, muy pocos ayudaron en la reconstrucción con sentido social. La mayoría de los políticos, líderes sociales, no se desprendieron de un peso para apoyar a sus paisanos a pesar de haber acumulado grandes fortunas del dinero del pueblo. Las calles se llenaron de escombros que se levantaban para volver a llenarse de más escombros, muchas avenidas estuvieron cerradas un largo tiempo. La fisonomías de los pueblos del Istmo se desgajaron con el sismo, no hubo un programas para proteger las casas vernáculas, pueblos como Unión Hidalgo e Ixtaltepec catalogadas con una gran cantidad de casas de tejas sucumbieron para siempre, muy pocas se rescataron sólo gracias a la tenacidad de sus propietarios. Las ciudades cambiaron, cuando se iba caminando o en vehículo hacia un punto de la ciudad, no se reconocía nada y terminaba uno por extraviarse, esta falta de orientación la sufrían principalmente las personas adultas, su pueblos su ciudad había caído, estaban en otro pueblo, en otra ciudad, después del terrible sismo

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