A 158 años de la batalla contra el imperio, la unidad perdida
Gerardo Valdivieso Parada
En las zonas de las lagunas por donde el diezmado ejército imperial emprendió la huida luego de ser envueltos por las fuerzas istmeñas reunidas en Juchitán y derrotadas, se han encontrado todavía espadas, bayonetas de los soldados imperialistas mexicanos y franceses en desbandada. Artistas han recreado los sucesos, imaginando a los soldados zuavos cayendo ante los machetes de los defensores de la plaza de Juchitán ese 5 de septiembre de 1866. Eso en cuánto a las imágenes, pero se puede imaginar el sonido, sabemos que llovía, no sabemos si la columna francesa llevara tambores ejecutando alguna marcha para mantener el ánimo de los soldados e influir en el de los enemigos. Sabemos que hubo fuegos de artillería, el pequeño cañón expuesto en el monumento a los héroes fue recobrado ya que pertenecía originalmente a las fuerzas republicanas, los soldados de línea francesas iban bien pertrechados, por lo que se escucharon las detonaciones, lo que agrega otro sentido el olor, hubo bastante tufo a pólvora y de la quema de chozas por la estrategia de tierra calcinada.
¿Qué ánimo reinaba en los pobladores de la región? Imagino que entusiasta, dispuestos al combate, hace ciento cincuenta ocho años, no había cines, ni televisión, ni internet, encontrarse con un ejército extranjero era una gran novedad. También había una fuerte unidad, entorno a la lealtad a la república y a Juárez, con todo y que en el pasado, siendo gobernador los juchitecos habían desafiado su autoridad respecto a la venta de las salinas. También los unía una sola imagen sagrada, la de San Vicente Ferrer, tan querido que le habían quitado su origen español para hacerlo juchiteco bien nacido. Cuando les enviaron la petición de entregar la plaza o morir, por supuesto que el orgullo guerrero de los zapotecos se exaltó. He leído que Malcolm Lowry en “Bajo el volcán” escribió que los juchitecos se la pasaban acostados en su hamaca mientras sus mujeres trabajaban, y que sólo se levantaban para empuñar las armas para una batalla. Efectivamente en ese tiempo no había nada más emocionante que enlistarse para una batalla, aunque se sabe se hacía uso de la leva.
He leído recientemente en las redes que algunos consideran que la capital del istmo debería ser Juchitán en lugar de Tehuantepec, en realidad nuestro pueblo vecino por antonomasia ha sido la capital del reino zapoteco, siguió siendo capital mientras el último rey zapoteco vivió como vasallo de la Corona española. Lo fue durante toda la colonia, en Tehuantepec se asentaron barrios de otros pueblos como los aztecas. Lo fue en el México independiente en el breve tiempo que Tehuantepec fue un departamento autónomo de Oaxaca. Por tener esa importancia política, en ella se confrontaban los dos grupos enconados durante en la primera mitad y parte de la segunda del siglo XIX en México, los realistas o centralistas y los republicanos. En esa disputa que dividió la ciudad colonial, se impuso por la fuerza el caudillo Remigio Toledo, que no tuvo lealtades con ninguna ideología salvo el que le conviniera.
La batalla del 5 de septiembre de 1866, aunque fue la primera victoria contra el imperio en Oaxaca, detrás de esa victoria viene las de Porfirio Díaz, se ha quedado como una gesta local, aislada por la incredulidad de sus nuevas generaciones ante una ausencia de la historia local en nuestras aulas y por el desdén de la historia oficial. Al ser auténticamente nuestra, nos queda el orgullo de no compartirla con funcionarios estatales y federales, que vendrían a recordarnos en sus discursos las gestas de nuestros héroes de la región, comandados por un oficial oaxaqueño. Aunque la batalla reunió a voluntarios de los pueblos del Istmo y parte de Chiapas, ha quedado a ser orgullosamente juchiteco.
La conmemoración de la batalla triunfal de los juchitecos y de los pueblos vecinos destaca no solamente por la valentía de sus habitantes, sino también por una exitosa estrategia militar, que no hubiera funcionado sin la unidad del pueblo juchiteco de seguir las órdenes de los oficiales al mando de la plaza. Esa unidad ya no existe a más de un siglo y medio, por intereses políticos, por los tiempos abiertos a diversos pensamientos, credos, creencias políticas, intereses económicos, personales. Nuevas amenazas, crisis, invasiones, retrocesos nos tienen casi postrados por la pérdida desde hace muchos años de esa unidad que logró repeler a un ejercito enemigo según que invencible.
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