Ahora los viejitos somos nosotros
Gerardo Valdivieso Parada
Nando, ya estoy aquí, hermano del alma. Cuando tu sobrina me tocó a la casa me dijo que ya no podías vestirte y que si le hacía el favor de ayudarte, ni siquiera lo pensé me vine de una vez; siempre fuimos amigos y era normal que en esta ocasión que ya no puedes vestirte por tu cuenta, quién más si no tu mejor amigo te viniera a ayudar. Me preguntaron que si avisaban a tu vecino Tian y a no se que otra persona mayor, les dije que no era necesario, que te daría pena que te desnudara tanta gente, que solito podía con la tarea, que bastaba con estar solos y charlar para poderte ablandar y por fin dejaras que te pusiera la ropa nueva que te compraron para la ocasión.
Cuando tus sobrinas para ahorrarse tiempo y molestias quisieron vestirte como si fueras un maniquí te negaste rotundamente, a esa hora te resististe como hacen los niños chiquitos cuando no quieren que los vistan: te pusiste tieso. Era normal que te resistieras, cuando ellas mismas me dijeron que siempre te nesgaste a que te asistieran, que varias veces por vestirte solo dabas con la cara en el piso y que te chocaba que te agarraran del brazo.
No te pongas tan tieso hermano, siempre fuiste muy tieso hasta para bailar. ¿Te acuerdas que cuando andábamos conquistando chamacas la bailada era tu lado flaco?. Pero aún así tuviste más novias que yo, e incluso una que me gustaba mucho me la ganaste, eras bueno para abordar a las muchachas y platicar, te pasabas mucho rato platicando con ellas, y hasta a la hora de bailar casi nunca se daban cuenta que tenías dos pies izquierdos porque se pasaban risa y risa con tus ocurrencias. Antes la música no se ponía tan fuerte como ahora, se podía platicar con la pareja, recuerdo que en las velas grandes hacía un calor bárbaro y aún así un tiempo nos obligaron a ponernos saco y corbata. Después de un rato de baile salíamos a la calle a exprimir el saco y la corbata de donde brotaban chorros de sudor. Nunca nos gustó el ruido ¿recuerdas qué hicimos la primera vez que trajeron esas enormes bocinas, que con su sonido tan alto estropeaba tus ligues a la hora de bailar porque ya nadie te oía? Lograste convencernos y desde la tarima en donde estaban encontramos un pretexto para tirar dos de ellas al suelo y arrancarles los cables. Ahora ya viejos tenemos que aguantarnos el zumbido de los tímpanos por la música tan alta de esos músicos salvajes.
Cuando éramos jóvenes fuimos tremendos, quién nos viera ahora todo achacosos ¿te acuerdas una vez que saliendo de la vela Calvario, cuando nos agarramos a botellazos con los de la quinta? ¡qué bárbaro! El suelo quedó tapizado de vidrio, las pobres taberneras tuvieron que tirarse al piso y ahí guarnecidas entre los cartones y las hieleras lograron salvarse de los proyectiles, sólo una no la pudo librar a tiempo y le abrieron la cabeza de un botellazo. ¡Qué tiempos aquellos! Como dijera el tango. Ahora todo mundo se alarma cuando aparece un muertito, en nuestra época en la Vela Calvario eso era tradición.
Tu hermana Mariana, llegó esta mañana de Mina, está barriendo el patio antes de que llegue la gente, y Lorenza pues anda en las vueltas ya fue a apalabrar con Lipe la música para al rato. Deberán tocar la música que te gusta, muchos boleros y uno que otro son, para que estés alegre y que te animes luego de esta larga convalecencia en cama.
Hasta que te pude poner el pantalón nuevo, ahora te pondré la camisa que hasta todavía tiene pegado las etiquetas. A qué horas te nos fuiste a enfermar, las idas al parque ya no son las mismas sin ti, tu ausencia es como si de pronto se les hiciera a los huevones del municipio exterminar a todos los zanates: el parque ya no es el mismo. Así nos pasa ahora cuando los amigos ya no pueden salir de casa o sus hijos ya no los dejan por miedo que les pase algo en el camino y los obligan a estar recluidos entre cuatros paredes. Se van haciendo cada día menos las caras conocidas. ¿A qué horas es que nos hicimos viejos Nando?, ahora me acuerdo de una anécdota que me contó mi yerno, es de dos señores que iban a la vela y uno le dice al otro: “oye compadre, ya no se ven aquellos viejitos que llegaban bien arregladitos con sus sombreros a la vela” y el compadre le reviró: “claro que ya no, cabrón, ahora los viejitos ya somos nosotros”.
Ya estás, quedaste muy bien, lástima que no te puedas poner el sombrero. Ya va siendo hora que me vaya yo a arreglar también para al rato. Déjame tomarte de la mano. Ya nunca más podremos agarrarnos de la mano como tantas tardes hicimos al regresar del centro, no por pena, porque nuestra amistad fue tan sincera y de tantos años, que agarrarnos de los dedos era lo que daba constancia de nuestra añeja amistad, si no porque tus dedos ya no podrán asirse nunca más a cosa alguna, salvo a tu perro negro que te ayudará a cruzar el río de la muerte. Nadie más repetirá ese gesto de hermanos porque se ha perdido para siempre, como todo lo que antaño fue sagrado y que ahora se ve como cosa ridícula.
Ahora que se ha terminado el tiempo para guardar silencio y empieza la hora en que a las mujeres les es permitido llorar me voy, porque aquí vine como persona de corazón fuerte. A nosotros no nos tocan los lamentos si no el silencio. Nunca hubo un amigo más amigo que tú, desde niños y hasta en nuestras últimas andadas fuimos compañía, en este último paseo tuyo ya no seremos dos. Tica Xandu’ biche’.
Foto “Pareja de amigos caminando de la mano en Juchitán”. Sur de México. Miguel Covarrubias
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