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El machismo en la canción mexicana y su contagio a la trova zapoteca: los casos de César López y Víctor Man

El machismo en la canción mexicana y su contagio a la trova zapoteca: los casos de César López y Víctor Man

Gerardo Valdivieso Parada

Hay canciones mexicanas que ya no se sostienen con las denuncias cada vez más airadas de las mujeres del maltrato del hombre hacia la mujer, cuya mayor expresión es el feminicidio. La canción popular mexicana está plagada gestos del desprecio del hombre a la mujer por no hacerle caso o por tener relaciones con otros hombres que no sea él. De la justificación del feminicidio están piezas como “El asesino” de los Cadetes de Linares, en donde se mata a la mujer “por burlarse de la honra” del hombre que asesina de “manera legal”; y -cómo actualmente todavía pasa- se siente impune porque en la canción declara sin pena “que dicen que lo anda buscando la ley” como si no le importara. En el colmo, justifica su acto de quitar la vida porque hasta la mujer “ingrata” ya en el cielo “le da la razón” porque su asesino la amaba mucho. En el pensamiento machista de la canción la mujer es juzgada en cielo por su infidelidad, mientras el autor de su asesinato ni siquiera piensa que en el cielo le tomarán en cuenta su crimen. Por eso ante el juez no se arrepiente, asegura que lo volvería hacer de nuevo de darse una segunda ocasión.

Cantada hasta por mujeres como Chabela Vargas y Eugenia León “El preso número 9”, es tratado como un héroe porque espera su fusilamiento en la cárcel “por matar a su mujer y un amigo desleal”. El hombre se siente dueño de la mujer, que debe esperarlo resignada en el hogar, mientras él puede engañarla con varias mujeres, ella no puede hacerlo sin merecer la muerte. La mujer que comparte la cama con otros hombres se le denigra llamándola puta, más al hombre  no se llama puto sino una serie de epítetos que enorgullecen su hombría como barraco o mujeriego. El preso número 9 no se contenta con haberles quitado la vida, su indignación lo lleva incluso a buscarlos “al más allá” para seguir con su venganza.

Si en la canción norteña y ranchera existe éstos ejemplos de violencia hacia la mujer, en el son jarocho ubicamos piezas como el “Bajalú” que se cantan por los jaraneros populares en restoranes y cantinas, además de haber sido interpretado por grandes cantantes como Jorge Negrete y Luis Miguel. Contiene un verso que dice “quien le pega a una mujer no tiene perdón de Dios, no tiene perdón de Dios si no le pega otra vez”.

En el pensamiento machista zapoteca, la mujer sólo entiende a golpes, así lo tienen claro hasta zapotecos que han ido a la universidad, lo repiten en chistes, consejas y anécdotas. Escuché con estupefacción a mi padre, un obrero que salió a trabajar a las ciudades petroleras de Veracruz, que en El Club Los Burros, ponía como prueba para entrar a su círculo, ausentarse de casa por una larga parranda de una semana, luego llegar al hogar y darle una paliza a la esposa y que luego de aquello, ella cumpliendo con su deber de cónyuge le diera de comer sin quejarse.

Cuando se presume que en Juchitán reina un matriarcado, lo cierto es que el machismo occidental y el pensamiento matriarcal pelean dentro del hogar zapoteca, en unas gana el macho, en otras se rinde ante la supremacía de la madre, en otras están empatadas y en constante pugna.

En el cancionero mexicano se evidencia el machismo en el trato a la mujer, la que retrata muy bien Francesca de gargallo en su artículo “Puta, santa y madre”:

“En la construcción de la imagen de la mujer, los hombres se han detenido fundamentalmente en tres estereotipos: la virgen, la madre y la puta. La Iglesia Católica, iglesia de hombres, en sus orígenes han santificado a estas tres facetas del eterno femenino, las primeras dos en María Virgen, la tercera mediante la proveedora figura de María Magdalena. Desde entonces, todas y cada una de nosotras es o ha sido vislumbrada por los hombres en una de estas idealizaciones (y por lo general en todas) en algún momento de su vida”.

Siguiendo el bosquejo de Gargallo, la trova zapoteca, influida por la música popular mexicana, ha construido a su vez esos tres tipos de conceptos en sus canciones, ocupa el primer lugar la canción dedicada a la virgen a la xhunaxhi, en la que se incluye a la madre, pero también existe el reproche a la mujer ingrata. El autor por excelencia que reúne en sus canciones estos conceptos y que en la vida real llevó la violencia hacia la mujer que se entrega a otro hombre hasta el asesinato, es César López, cuyas creaciones son reproducidas altamente dentro de la música istmeña.

En un aniversario de Azul Stereo en Lagunas, Oaxaca, me tocó estar a lado en la mesa a la hora de la comida del guitarrista, intérprete y compositor juchiteco, Pepe Molina. En una parte de la charla que sostuve con él, puesto que no tocaba su alimento, le pregunté a bocajarro “¿de quién es Bacaanda?” y me respondió sin pensarlo “de Juan Xtubi”. Pero sin yo preguntárselo y cómo si quisiera darle puntos a César López y estar de acuerdo con él en algo, me dijo en zapoteco “pero debo decirte que esa mujer se lo merecía”, se refería al asesinato a balazos de Rosa Teru, hija de Juan Xtubi, por parte del trovador de La Ventosa.

Desde su canción “Rosita” expresa el macho su dolor y su infierno por la mujer que lo abandona. “Que Dios te perdone mujer por lo que has hecho” le dice y agrega que no debe bajar la cabeza por lo que hizo y aparentemente dice que ama sin resentimientos, sin guardar odios, “así es mi amor”. Dice al final que si un día se encuentran en el camino, ella es la que debe saludarlo y no él, y en caso de que le brinde el saludo, él como hombre herido, magnánimo, le responderá el saludo. Efectivamente se le encontró en el camino, no se sabe si ella le saludó, lo que todo mundo sabe es cómo le respondió: con la muerte a plomazos con su pistola.

En un hermoso y sentido tango que llamó “La huerfanita”, que salió en un casette que le produjeron apenas salió de la cárcel, el expresidiario no muestra un mínimo de arrepentimiento ante su crimen, en la letra en la que se dirige a sus compañeros de cautiverio, culpa a la mujer de su acto criminal:

“Presidiarios compañeros yo les pido su atención / porque con el corazón les dedico esta oración / la mujer que yo adoraba se burlaba de mi amor / al ver que me traicionaba llenó mi alma de dolor”.

Más adelante se queja de su sentencia de 30 años de cárcel, se compadece de sí mismo: “no hubo clemencia, pobre de mi… me olvidaron mis amigos y me dicen criminal” (por una vez que maté ya me dicen asesino); pero no se compadece de la que mató que sigue siendo una “ingrata mujer”; se acuerda de la hija huérfana que le dirán que su padre es un asesino, vuelve al momento del crimen y llora y maldice al vino, verdadero culpable de su actuar. En una contradicción dice haber perdido a su gran amor, que por eso triste vive y que quisiera morir para encontrase con ella (quién sabe si para matarla de nuevo como en El Asesino y el Preso número 9), sabe que es una contradicción de odio y amor por lo que dice al final que se reirán de él los no han amado realmente.

Su desprecio a la mujer lo lleva incluso a las canciones luctuosas, sobre el paso de la vida a la muerte, como en “Sicarú guidxilayú” una de sus primeras y sentidas canciones. Cuando en la canción describe su funeral empieza juzgando a la esposa “ra ma zigachu’ de riaba xhelu’ / rului’ si nanda que lii xti dxi / bia’ si tiidi ga gubidxa ma nin xti guiri quisuca guii” (en el camino a tu tumba se desmaya tu esposa / pareciera que te recordará siempre / luego de los nueve días ya no prenderá más un sirio). La pieza reflexiona al final el olvido de los amigos y conocidos con el paso del tiempo que en un año ya no recuerdan dónde descansas en el panteón. “Sicarú Gudxilayú” aunque sentida, en su totalidad la canción es descriptiva, no hay metáforas, no hay misticismo, no hay filosofía de la muerte, ni la invocación a los antiguos dioses zapotecos, no hay la soledad infinita de la muerte como en “Guendabaani” de Juan Xtubi, ejemplo de la diferencia abismal en la calidad poética de los dos compositores, calidad poética que tiene el sello distintivo del compositor de la Séptima en canciones como “Bacaanda’” y “Petrona de neza guete” que César consideró suyos hasta su muerte.

 Lo anterior no significa que César López no haya sido un compositor genial que ha enriquecido el cancionero istmeño con canciones dedicadas a la madre como “Lee xti jñaa” o “ma bicahui lua’”, la canción que nos hace llorar recordando al terruño en “La Ventosa Huiini”, el amor a la familia en “Saa guendaxhela”, y otras tantas como Guela ma zedará, Guie’ chachi Guixhi, Ra bize, Ma huaraya na ca xtiaya’, etc.

Uno de sus casettes poco vendidos, tanto que su productor los regalaba, el compositor se vistió de charro y cantó canciones vernáculas, tal fue su influencia de floklor mexicano en su obra.

En su amplio repertorio César López aborda el abandono de la mujer en piezas como “Gadxe beeu”, “Xhela huiine gudá”, en dónde a la pareja se le acusa de necia por abandonar a su marido “Pa ñuu xquedabianu que ñu’nu’ zaca” (si tuvieras entendimiento no procedieras así) dice en Gadxe Beeu. Pero el más representativo autor del abandono y la soledad es Víctor Aquino “Víctor Man” con canciones como “Guendaxhela bibiá” o “La foto” cantadas magistralmente por David Chalupa. El caso que ventila el compositor en estas dos canciones, es una historia que se repite en Juchitán, el abandono de la mujer que se lleva a los hijos para vivir de manera independiente y sostenerse por sí misma, como fuel el caso de mi vecina de cheguigo, Lucila Xandu’ tabernera que vendió cerveza a la entrada de las velas, luego de separase de Victor Man.

En el compositor de Cheguigo hay una confesión sincera de la soledad, despojado de todo orgullo machista, que luego de los días de borrachera “para olvidar”, llega a casa y se encuentra sólo y llora, una escena muy pocas veces registradas en la trova zapoteca del hombre que llora. Cuando él guarda esperanza de una reconciliación, la esposa ha tomado una decisión definitiva cuando manda a una comitiva de ancianos para que recoja su baúl, símbolo del pacto matrimonial. Como César López, también tacha a la mujer de necia “pa ñuu xquendabiaani lu xhuncu” por no valorar el amor que le tiene. De forma patética la final asegura que encontrará a otra pareja “aunque no sea tan joven”. En esta pieza de Víctor Man, su más conocido e interpretado son, es tan sentida que dan ganas de llorar al oírla.

“La foto” que tiene letra en Diidxazá y traducida una parte al español, curiosamente solo se conoce solamente su nombre en castellano, es más dramática, porque de entrada el hombre rompe la foto de bodas. Recuerda con añoranza la blancura del vestido en el día del casamiento pero considera que ya no sirve puesto que su esposa “le ha fallado”. Otra vez guarda esperanza que su mujer reflexione y regrese a sus responsabilidades maritales, pero pierde toda esperanza cunado la mujer sola quema las naves con él, pues ya rehúye el encuentro con sus padres y familiares de su marido. Otra vez se tacha de la mujer de ser una necia, y esta vez él le manda sus pertenecías para terminar definitivamente la relación. Después de mantenerse solo y no buscar una nueva pareja con la esperanza del regreso de su esposa, declara que buscara a otra. A su mujer si encuentra a otro encuentre le desea que ahí el entendimiento, dando a entender que éste la tratara mal.

Sin duda hay una larga lista de canciones de autores zapotecos que se me escapan y alargarían demasiado este texto, como una de Pedro Baxa en donde el marido es abandonado pero la mujer le deja a los hijos que lloran y él -con paciencia- los consuela uno a uno.

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