Cargando ahora

La flor de lima

La flor de lima

Gerardo Valdivieso Parada

Estuvo a un lado de esa cantina tan concurrida ahora por sus botanas y por sus variadas marcas y tamaños de cervezas. Mientras una siempre iluminada por el sol y llena de plantas bajo dos tamarindos, con un patio siempre regado, el otro era una casa con las ventanas cerradas y en el umbral de la puerta un tablero con el nombre del negocio rotulado “La flor de lima”, que impedía ver a los de adentro.

Pintada con los colores de la cervecera que más vende en la ciudad, por las tardes le pegaba el sol de frente al estar orientado hacia el poniente y estar sobre una calle principal. Tenía contados clientes que no iban tanto por las cervezas, sino por las mujeres que atendían y que previo acuerdo de precio rentaban uno de los cuartos de la casa. El único caballero que atendía en el lugar era Don Sebas, que se encargaba de preparar la magra botana, limones, sal y salsa, cacahuates, pico de gallo que tenía como alguna sorpresa algún minúsculo camarón, pedazos de bofe. También se encargaba de la caja, además de ser el dueño del negocio. Don Sebas era un solterón de pelo ensortijado, de cara seria que solía tener anudados los dedos sobre el abdomen, que en la cocina andaba de playera blanca, pero cuando tenía que salir a algún mandado o a comprar algo se ponía su camisa manga larga de colores crema, su pantalón mandado a hacer con un sastre y un sombrero tejano que apenas apaciguaba su pelo crespo.

El negocio daba para comer y tener algún ahorro. Las muchachas y señoras que ofrecían sus servicios venían de los pequeños pueblos vecinos, eran madres solteras, viudas, mujeres con esposos desatendidos de la familia, ya que trabajaban fuera, eran alcohólicos consuetudinarios o simplemente estaban en casa como si no lo estuvieran. Cómo hombre solo, Don Sebas lo más cercano a una familia eran sus muchachas. Sus hermanas y sobrinas nunca iban a su casa por ser de mal tono. Lo saludaba cuando barría frente a su casa muy temprano o en las tardes cuando el sol ya languidecía sentado en una silla en la baqueta. Cuando Don Sebas las visitaba en sus casas acaban por pedirle prestado. Sus familiares varones acudían a su negocio para consumir y dejar pendiente el pago. Era una forma de cobrarle a su tío la mala imagen que daba a la hombría de la familia, pues en su negocio albergaba a jóvenes hermosos quienes disfrutaban de sus atenciones por hacerle compañía a la hora de la bebida.

La vida tranquila de “La flor de lima” se cortó de pronto, cuando las autoridades sanitarias mandaron a cerrar las cantinas y los lugares donde se vendiera alcohol. La crisis económica de las muchachas y de Don Sebas se puso peor con el paso de semanas sin trabajo y negocio. Las muchachas llegaban con él para quejarse de que ya no había para dar de comer a los hijos y cuando ya se había pedido fiado y prestado a todos los amigos y vecinos. Apiadándose de sus muchachas echó mano de sus ahorros para comprarse una charola de cervezas de lata en un expendio clandestino en el barrio bravo de la ciudad. Agarró su sombrero y dijo a sus muchachas que esperarán y empezarán a dar la noticia de que darían servicio a puerta cerrada. Tomó el primer mototaxi que pasó, dándole indicaciones al muchacho de cuello viril  cómo llegar al expendio. Durante el trayecto pensó que no iba a tener clientes sino ofrecía cerveza, era el requisito indispensable para que los hombres se animarán con las chicas como si el sexo lo fueran a hacer con la lengua, tenían que tener humedecido la garganta para decidirse pagar el cuarto para pasar un rato con alguna de las mujeres.

Al llegar al lugar pidió al mototaxista que le esperara. Se sorprendió que hubiera mucha gente y que se vendieran las cervezas sin ningún recato. Cuando le dieron el precio de la cerveza dudo en comprar, apenas si le alcanzaba para la cantidad que planeaba comprar. Cargó con el producto calculando en cuánto iba vender una cerveza. Cuando lo divisó el joven de la moto prendió el motor y cuando apenas había colocado las cervezas sobre el asiento éste arrancó a toda velocidad dejándolo con el intento de subir un pie a la unidad. Poniendo la mano sobre la copa del sombrero vio mirar alejarse a la moto y dijo para sí “¿hijo de quién será ese padrote?”. Resignado pensó que habría que esperar tiempos mejores, cervezas frías y mancebos dispuestos. De camino de regreso a su local iba hilando en su cabeza la historia más ocurrente para hacer reír a las muchachas sobre su desgracia.

Share this content:

Publicar comentario