Telayú
Gerardo Valdivieso Parada
No se asomaba el padre sol cuando el niño tocaba el son del amanecer. Hacía sonar la llamada de atención en la flauta de carrizo y cuando empezaba a correr la pieza el tamborero acompañaba con los golpes al tambor. Se sentaban en los bancos de mármol en la entrada de la capilla, para iniciar el trajín de los labores de la santa cruz. El viejo tamborero pasaba por el niño a su casa y se enfilaban caminando por calles y callejones para llegar al lugar donde tocarían. Llegando se arrodillaban ante la puerta aun cerrada de la capilla y el viejo hacía el pedimento.
Los sones tenían un orden para ser ejecutados, así lo habían hecho sus anteriores maestros y a aquellos sus antecesores. El viejo había escogido un sucesor, que al principio lo acompañaba con la ejecución del tambor y al que le había enseñado la forma de tocar los sones, pero murió de una enfermedad incurable. Tuvo que escoger rápidamente a otro pupilo que resultó tener dotes naturales para la música y que aprendió rápidamente todos los sones, luego de que el maestro le dio el secreto: los sones no se tocan con los labios, ni con los pulmones, ni con la cabeza sino con el corazón.
El alumnos aprendió al mismo tiempo a hacer sus instrumentos, a conseguir la madera para la caja de un árbol específico, para el doble parche se utilizaba la piel de venado, el caparazón de tortuga y los cuernos, que se conseguían cuando el venado mudaba de cornamenta, éstos dos instrumentos se agregaban en los convites, para la flauta de carrizo se conseguía la cera de abeja para la embocadura, con un afilado cuchillo se hacía la ventana, se alineaba el bisel, con un metal caliente se hacían los orificios en el carrizo todavía verde, se afinaba la flauta con un pedazo de carrizo delgado.
El sonido de la flauta se escuchaba en todo el barrio, pero nadie se acercaba a la capilla salvo algún niño curioso. Los dos músicos tocaban sus instrumentos en soledad. Desfilaban por la flauta toda la fauna local, salido de la inspiración de los viejos maestros. La iguana meneaba su cuerpo corriendo entre los matorrales o se calienta al sol en una rama, la chachalaca grazna entre los arboles del bosque, el alcaraván irrumpe luego de la introducción con su canto persistente que orada los oídos, con sus ojos amarillos, con sus piernas largas, en ese son no sólo se canta la vida de un pájaro es la metáfora de la vida del hombre, que vive, se aparea, deja descendencia y muere. El sagrado jaguar acecha, se mueve entre la selva, duda en atacar, afina sus ojos y se punzan sus bigotes para luego arremeter a la presa.
Saben que es la hora del desayuno cuando el maestro de ceremonias pasa por ellos para llevarlos a la casa del mayordomo. Es el momento preferido del alumno, que deja a un lado el sombrero para recibir sonriente la taza de chocolate humeante y el pan negro, luego colocan una silla alargada para poner el desayuno: pescado baldeado de huevo batido, frijoles y vegetales que recuerdan la comida de Jesús y sus apóstoles, tortillas echadas apenas gruesas y calientes.
En la casa de los mayordomos en donde se da el ajetreo previo a la ceremonia dedicada a la santa cruz, el repertorio de sones cambia a uno más profano y al gusto de los mayordomos y los presentes, se toca algún son del repertorio de las bandas de viento.
En un momento del día, ya al finalizar su trabajo, se ruega al maestro que inauguré la primera copa de mezcal y que salive la tierra. Luego de varias copas, el maestro apresura el pago acordado, antes que sus piernas ya no le responda. El niño se acomoda la flauta en la cintura y se encarga del tambor del maestro, mientras éste se sostiene de su alumno, quien esta vez es el que lo lleva hasta su casa. En el umbral de su choza, el tamborero le da su parte a su flautista, encomendándole que guarde bien el dinero, que no se entretenga ni se desvíe del camino a su casa, no sin antes decirle que le dé gracias a su madre y que le otorgue permiso para la otra semana.
Share this content:
Post Comment