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Los hombres que dispersó la danza: sus fuentes orales*

Los hombres que dispersó la danza: sus fuentes orales*

Víctor de la Cruz

“Generación de chistosos”, dice Francisco Gonzalez Guerrero que llamó a la de Henestrosa un escritor del mismo grupo. En seguida los defiende con este razonamiento: “es injustificado el calificativo por lo que atañe al poeta juchiteco, porque el chiste para él es sólo un ejercicio de lenguaje y de conceptos: nunca de estéril agudeza”. Pero la verdad es que pocos críticos como González Guerrero se ocuparon con seriedad de la obra de Henestrosa, debido entre otras razones a sus aspiraciones políticas al lado de otros aspirantes del PRI y sus ancestros, donde es más fácil contar chistes o chismes que hacer un análisis de su estilo literario y de sus fuentes.

En este trabajo me ocuparé del primer libro de Andrés Henestrosa, su valor como fuente para la reconstrucción de la mitología de los binnigula’sa’ y su relación con las obras de otros autores zapotecos contemporáneos. Hasta ahora “Los hombres que dispersó la danza” ha sido leído, analizado y alabado sólo desde su vertiente literaria, sin parar mientes en sus raíces ancestrales ni distinguir entre sus fuentes prístinas zapotecas, los mitos-judeocristianos incorporadas a éstas y la mitología personal de la que ha rodeado su autor.

El iniciador de la llamada “literatura indígena moderna”, por algunos y por otros “literatura indigenista”, fue el yucateco Antonio Médiz Bolio, quien en 1922 publicó su libro La Tierra del Faisán y del Venado. Al referirse a este autor y a los otros dos, Emilo Abreu y Andrés Henestrosa, incluidos en el libro Literatura indígena moderna, José Luis Martínez escribió:

“Sería preciso, para que los libros de que nos vamos a ocupar, fueran con plenitud una ‘literatura indígena’ que estuvieran escritos en su propia lengua, con sus propios medios de expresión y que su meollo más substancial fuera el de las propias culturas de donde parten. Ahora bien, su creación se realiza desde la cultura occidental que poseen sus autores, y desde su personal perspectiva literaria del pensamiento indígena arcaico. Son pues recreaciones modernas de antigüedades indígenas realizadas por hombres que guardan aún un sentimiento y un acervo de tradiciones autóctonas, pero cuyos medios de expresión literaria son occidentales.”

Entre los binnizá el primero que recogió “de labios de su pueblo, de su propia memoria y de alusiones de cronistas e historiadores, pequeños índices que luego ha reorganizado y devuelto a su supuesta original forma” fue Andrés Henestrosa, al decir del mismo José Luis Martínez:

“Es decir, las leyendas de este libro no corren -algunas- en la forma en que las expresa Henestrosa por los labios de la tradición, sino que existen como fragmentarias explicaciones del porqué de los fenómenos terrestres y de los hechos de los hombres.”

Si bien fue Henestrosa el primero que desde la perspectiva de la creación literaria dio forma y difundió la tradición oral de los binnizá, en su libro Los hombres que dispersó la danza, no fue el primero en iniciar la investigación y tarea de rescate de dicha tradición. Lo antecedió en dichos trabajos en el sur del Istmo Wilfrido C. Cruz. Pero no sólo eso, sino que lo inspiró para iniciar el rescate de lo que llevaría a escribir su libro; sin embargo Cruz no logró publicar el libro en donde dio a conocer sus investigaciones filológicas sino hasta 1935. Estos hechos originaron un conflicto entre el investigador social y el literato; pues Henestrosa en la primera edición de su obra, no dio los créditos correspondientes que merecía el primero; por lo que Cruz al publicar su libro puso una nota al pie de la primera página de su ensayo llamado “Los Binnigulaza”, en los siguientes términos:

“Esta tradición fue leída por su autor en sesión solemne celebrada el 16 de octubre de 1926 en la ciudad de Oaxaca de Juárez, durante la administración del Lic. Genaro V. Vásquez, por haber obtenido el primer premio en el concurso de leyendas a que convocó dicho Gobierno. Años después el señor Andrés Henestrosa, en su libro ‘Los hombres que dispersó la danza’ bordó sobre ella su trabajo literario, transcribiéndola casi toda literalmente sin hacer referencia al autor.”

La polémica se inició en el periódico de los zapotecos radicados en el Distrito Federal, Neza, que en ese momento dirigía Adolfo Gurrión, con el artículo “Binni Gulagsag”, firmado por Eumartino Smith, quien hizo una explicación del significado inmediato de la palabra y de la tradición oral de los binnigula’sa’ en los siguientes términos:

“Como es del conocimiento de todos los que con más o menos acierto hablamos y entendemos el idioma zapoteco, pues de la tradición nadie es dueño, y sólo quedan fuera los que ignoran la lengua, el bivocablo binnigulagsag significa: pequeñas figuras antiguas de piedra, tallada o tosca, que tiene la forma humana en poses diferentes o la de objeto de uso corriente en el hogar…

Es posible que el mito del binnigulagsag, conforme a la trascripción antigua que las generaciones sucesivas hemos recogido, adolezca de inconformidades narrativas, propias a toda conseja y a hechos ciertos que a través de los tiempos han tocado multitud de labios, de donde salen para proseguir su infinita misión llevando nuevo colorido, nuevas impresiones de estilo o referencia, su fondo original continúa siendo invulnerable.”

Henestrosa descubrió en el autor del artículo de “Eumartino Smith” el anagrama de Herminio T. Matus y al final del mismo hizo una aclaración al periódico con estas palabras:

“No me interesó cuando escribí la verdad histórica de la leyenda, sino su verdad poética, que vale más. Me valí de todos los elementos que hallé a la mano los de Wilfrido C. Cruz, entre otros cuya leyenda Bindigulaza (sic), le oí una noche en su casa de Mesones;…”

Adolfo Gurrión, quien había dirigido el periódico desde el número 4, correspondiente al mes de septiembre de 1935, fue desplazado como director sin ninguna explicación -como cuando lo ocupó sustituyendo a Henestrosa. Este, una vez que recuperó la dirección a partir del número 9, reprodujo un artículo de Héctor Pérez Martínez en su defensa, publicado originalmente en El Nacional; pero también publicó la versión de Wilfrido C. Cruz, tomada de su libro recién publicado.

Fue a partir de la segunda edición de su libro, hecha por la Imprenta Universitaria en 1945, cuando Henestrosa hizo una confesión-que sólo he conocido a partir de la edición de la obra que hizo la UNAM en 1960- que es la clave para el estudio de la cosmogonía de los binnigula’sa’ y de su propia obra literaria:

“La mitad del material con que están compuestas estas leyendas fue inventado (sic) por los primeros zapotecas. La otra mitad la inventé yo. Inventé, también, una manera de narrarlas. Hice algo más: di unidad a ese material antes disperso. Pero quizá lo único personal que haya aquí sea eso: la manera de contar esas mitologías.

“Debo una explicación a Wilfrido C. Cruz, quien junto con Esteban Maqueo Castellanos, es mi antecesor en este afán de dar categoría literaria a la tradición oral zapoteca. Mi versión de los Binnigulaza debe a Cruz la inspiración. A él oí, cinco años antes de que escribiera este libro, un trabajo en torno al mismo tema. Por eso, y porque todos los mitos zapotecas éste es el que mayor unidad conserva y el más extendido, mi versión tiene una gran semejanza con la que le oí. Pero tal semejanza ocurre sólo en los datos, nunca en la intención, jamás en los resultados finales; su trabajo tiene un alcance científico, arqueológico, se preocupa por la verdad histórica: el mío busca la verdad poética, que es otra cosa.”

* Este fragmento aparece completo en Cuadernos del Sur-Ciencias Sociales Año 4/ Agosto de 1997/Oaxaca, México

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